jueves, 13 de noviembre de 2014

Diario de alguien [4]

*Estas notas son memorias, no me están sucediendo, aclaro, pasaron hace ya varios años.*

El Calabozo.



Hoy tampoco me levanté con muchas ganas de vivir. No sé como tomé la fuerza para levantarme y bajar a desayunar con mi familia. Es domingo. Tampoco puedo creer que me hayan convencido de combatir mi tristeza y tratar de levantarme, de verdad estaba convencida de que ya no estaba en mis planes estar viva. Pero bueno, aunque yo no quiera haré el... esfuerzo. Creo.

Mis padres me llevaron al médico, llevaré una dieta especial. Hace tres días juré a mi familia que comería, pero realmente les he estado mintiendo de nuevo, me las sigo ingeniando y mi estómago sigue vacío, cosa que ellos no saben. Por la tarde fuimos al super, mis padres comprarían cosas para mi dieta especial y debo elegir también alimentos que me gusten. Qué emoción...

No quise decir nada... oh-oh, me estoy mareando, me temo que esto será un desmayo. Estoy en medio de un pasillo del super mercado, con mis padres. No quiero alarmar a nadie, no puedo desmayarme. Mi vista se nubla y se oscurece. Mis oídos zumban. Convulsioné.

Mi padre conduce presuroso, en un rato ya estaba en el hospital. Al abrir los ojos, empecé a hacerme de la idea, quizá ya había llegado mi momento, voy a morir, me da igual, ya no se verá tan intencional. Tengo mangueras conectadas a mis venas. Voy a morir. Se siente todo muy extraño. Me duele todo. Ojalá muera pronto, ya no quiero dolor. Al fin mamá entra y me explica que no moriré. Aún tengo oportunidad para sobrevivir, y no sé si alegrarme o decepcionarme, ya me había resignado, ya hasta me había emocionado. Tengo que estar unos días alimentada con mangueras, mientras sana mi estómago, después podré comer, cada vez más normal.

Me metieron una sonda de la boca a mis intestinos, los cuales estaban pegados. Varias veces tuve que soportar sondas. Eso y más limpiezas para mis riñones, me hicieron tratamientos hasta en la boca, que tenía destrozada. Todo el tiempo mi brazo estuvo lleno de agujas, pero hubo más la primera semana, el doctor mencionó que tenía desnutrición severa, tendría que ser llenada de emergencia con vitaminas, para mi anemia y atrofia muscular, recibí palanquetas de mis familiares, lo que nadie notaba es que alrededor de estas constantes curaciones, se me quitaban cada vez más las ganas de vivir. A penas tuve fuerza para levantarme, me las arreglé para pasar al baño a ver si seguía ahí aquella botella de cloro. Ahí estaba. Sin dudarlo, puse la botella en mis labios y bebí grandes tragos de cloro.


Vaya gran estupidez. Trata de suicidarse en un maldito hospital. En poco tiempo ya estaba de nuevo acostada y llena de tubos, sufriendo otra maldita limpia de estómago y atrasando aún más la recuperación que forzosamente tenía que sufrir, y más valía aceptarlo, iban a curarme si o si.
Al pasar de las semanas, recuperé un poco de peso, al menos ya podía caminar. Ya estaba lista para salir del hospital, si no fuera porque me diagnosticaron anorexia nerviosa y tenía un pase directo al loquero, cosa que no pude evitar, y ahí estaba semanas después, a lado de mi madre, en el Distrito Federal, esperando a la orientadora que nos llevaría al hospital donde pasaría mis próximos supuestos 4 meses, sin salir, hasta que me recuperara por completo. No había más remedio. Estaba declarada como enferma que necesitaba una buena estancia en la clínica de desórdenes alimenticios. Vi el trayecto, fue largo, pura carretera, árboles, campos. 

El edificio era grande. Mi cara de resignación. Mi mamá observaba y su destello de esperanza no desaparecía, me encaminé a las oficinas y todo era limpio y confortable. La Doctora Robles nos recibió con afecto y amabilidad, era alta, gorda, vieja y muy morena. Respiré un poco de paz después de escucharle hablar, después de todo, que alguien te dijera que iba a ayudarte a perder el miedo a la comida y a aprender a valorarte, no era nada malo ni sonaba feo. ¿Qué otra me quedaba? Si de todas formas estaré encerrada, solo me quedaba pensar que no será en vano. Mi madre se fue, me entregó un bolso con mis pertenencias, me dio un beso, me abrazó por unos segundos mientras sus ojos se llenaban de agua. Y me dejó allí. 

Mis derechos como persona estaban anulados. Estaba a merced de doctores, una loca sin credibilidad, alguien que siempre estará mal, alguien que tenía sus argumentos inválidos incluso antes de decirlos.
La enfermera me condujo a mi habitación y me pidió sacar todas mis pertenencias en la maleta. La verdad no quería, ni si quiera yo revisé lo que había. Pero que más daba, empecé a poner todo en la cama. Separó mis cosas, metió en una caja mi iPod, mis libros, mi ropa, mi cepillo dental, mis fotografías, mi cuaderno y mis lápices. Mamá sabía lo que necesitaba. Lástima que la enfermera se llevó todo y me dejó solamente con dos rollos de papel higiénico. 


Desde el primer día me di cuenta de que estaba en un lugar donde nadie hubiera querido estar. Mucho menos una anoréxica. La puerta volvió a abrirse para que la enfermera me trajera una charola con un sandwich de hígado, sopa aguada de pollo y leche. Leche entera, de vaca. Por si fuera poco, un licuado enorme que desde lejos se veía asqueroso. Además de cápsulas que debía tomar.
Evidentemente no puse la mejor cara cuando vi todo eso. Odiaba absolutamente todo lo que había en la charola, pero no dije nada. En la habitación busqué donde deshacerme de esa porquería. No había bote de basura, no había muebles, no había recipientes, la ventana estaba cerrada, mi puerta tenía seguro. Estaba encerrada en una habitación color naranja, que solo tenía un catre alto y una mesita muy pequeña que tenía arriba dos rollos de papel de baño. No había ropa, no había nada. La ventana no tenía ni cortina, era una simple ventana opaca que hacía que el cuarto estuviera oscuro, donde ni si quiera se podía ver por fuera. Comí un poco del sandwich. Dos o tres mordidas. Odio el hígado. Odio el caldo de pollo, mucho más en sopa, odio el olor de la sopa de fideos y su sabor. Odio la leche de vaca.. ¿de verdad debía tomar ese licuado! ¡ni en sueños, eso si no! ¡QUE ASCO TODO!

Aparté la charola y me acosté mirando al techo. La enfermera tardó, ya estaba creyendo que no volvería. Miró la charola levantando la ceja. Dijo con seriedad:

-Te falta terminar.
-Ya no me cabe más.
-Debes terminar.
-Estoy llena.
-¡NECESITAS ACABAR TODO!
-NI SI QUIERA ME GUSTA. DEME ALGO QUE ME GUSTE Y HARÉ EL ESFUERZO.
-NO ME INTERESA, TE TOMAS ESE LICUADO AHORA.
-Lo intenté, sabe asqueroso.
-No me interesa.
-Entonces tómelo usted.
-NECESITO QUE LO BEBAS. - Gritó, al tiempo que tomó bruscamente mi cabeza, levantó el licuado y me lo puso forzosamente en los labios. 

Las manos agresivas de la enfermera hirvieron la sangre de mis venas. El coraje se apoderó de mi y aventé el licuado, todo cayó en el suelo, la cama y en el pecho de la enfermera. Por si fuera poco, me levante y tiré la charola al piso, pisoteando el sandwich.

La enfermera me miró furiosa y se marchó, dejando todo tirado. Después de un rato, la Doctora Robles llegó. Esta vez llegó con un gesto menos gentil. Sosteniendo en sus gordas manos otra charola exactamente igual a la primera. La puso en la mesita y me miró a los ojos.

-No vine a discutir contigo ni a oír tus excusas. Vas a comerte todo eso si es que quieres volver a ver la luz del sol. No vas a poder salir de esta habitación hasta que te acabes, no una, si no muchas charolas iguales o peores que esa. No me importa lo que opines. Si quieres al menos salir a comer con tus compañeras al comedor general, vas a demostrar buena conducta porque no queremos tus malas influencias. De lo contrario, te quedarás aquí hasta que te pudras junto con la comida que vayas dejando, no la sacaremos de aquí ni limpiaremos tus porquerías, de hecho, eso que está en el suelo vas a limpiarlo tú si es que quieres. También podemos enviarte al manicomio o bien, sigue sin comer hasta que recaigas y te de leucemia, recuerda que no estás muy lejos de eso. Entre más problemas des, más tiempo estarás aquí, y déjame decirte que solo tienes el plazo de un año, si se alarga más que eso, pasarás tiempo en el manicomio y eso si que es el infierno. Aquí es el paraíso, aprovéchalo. Así que tú sabes lo que te conviene, si quieres salir de aquí para irte a casa, al manicomio, o a tu tumba.
No tienes permiso de visitas ni de comunicarte hasta que te portes bien. No me respondas nada, lo sabré en una hora que vuelva a ver si esa charola está COMPLETAMENTE vacía. Hasta luego.

La doctora salió de la habitación. Comí con rapidez para no saborear tanto tiempo. Con trozos de papel de baño, limpié la comida del suelo. 


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