lunes, 15 de diciembre de 2014

Azúcar que hierve.

¿Sabes que me aterra más que perderte?
Saber que quizá nunca vuelva a sentir la fascinante sensación de amar a alguien.
Saber que quizá nunca vuelva a abrazar como a ti te abrazaba.
Saber que tal vez nunca vuelva a besar a alguien con tanta ternura.
Saber que nadie volverá a hacerme volar.

Extrañaré ver de cerca el carmín de tus labios tersos.
Entrelazar mis dedos con los tuyos.
Cada poro de mi piel parecía ser un sensor que no solo sentía tu roce, sentía todo tu ser.
Nunca había sentido con nadie nada más que el tacto.
El amor inconexo.
Nítida sensación predilecta y discontinua, como todas las cosas buenas de la vida.
Quisiera pensar que hoy es la última vez que te escribo.
Quisiera sanar y que no aparezca tu recuerdo cuando lea un poema. 
No quiero volver a ver ni si quiera este texto nunca más.
Quiero saber el antídoto para sanar mi alma.
Sabía que el amor maravilloso no era gratuito.
Sabía que me cobraría todo con lágrimas y con dolor taladrando mi pecho.

Me queda pensar, que al estar lejos, quizá ya no te ame.
Pero  a tu dulce recuerdo nunca podré dejar de amar.
Ese nunca será opacado ni por el dolor de tu partida.

Quisiera que nunca volvieras a mi vida,
porque la mueves como si fueras huracán.
Tu recuerdo sigue y seguirá doliendo.
Tú aparecerás como prototipo si es que alguna vez alguien trata de enamorarme.
Tú serás la meta que quiero alcanzar si me vuelvo a enamorar.
Tu recuerdo es luz.
Tu recuerdo se simboliza en mi mente con colores brillantes.
Tan hermoso que duele querer sentirlo de nuevo y no poder.
Siempre estaré enamorada de tu recuerdo. 
Nunca me arrepentiré de haberte conocido. 
Tu ser me hizo sentir lo que siempre hubiera querido.
El amor es simplemente lo mejor de esta vida.
Es la luz en la penumbra,
Es la esperanza en la catástrofe, 
Es el sedante de mi alma turbia. 
Y puedo morir feliz, porque al menos tuve la oportunidad de sentirlo alguna vez.

Podría decirte que te amo tanto que deseo que alguna vez sientas por alguien lo que yo te hice sentir.
Pero no quiero ni pensar en que alguien se lleve un pedazo de mi vida. 
Puedo decirte que prefiero verte desaparecer a ver que alguien es feliz con algo que era mío.
Quiero dejar de amarte a ti y quedarme amando tu recuerdo.
Depender de otro es lo peor que pudo sucederme.
Es frustrante no poder controlarte.
Quiero que desaparezcas para poder quererte solo como un pensamiento.
Creo que prefiero morir de amor que vivir por nada. 

martes, 9 de diciembre de 2014

La navaja.

''Auto lesiones: Hablando de un problema del pasado, que literalmente me dejó llena de cicatrices''



''¿Por qué te haces esto?'' Preguntó, mirando mi brazo con un gesto un tanto horrorizado, tocó el relieve de mis cicatrices con la yema de sus dedos, yo aparté el brazo y bajé mi manga, como siempre.

¿Por qué me hago esto? Muchas razones, que quizá no signifiquen nada para la gente que no siente perder el control de su cuerpo. Quizá sean razones idiotas para todos aquellos que no han sentido que tienen una energía demoníaca atrapada dentro de su pecho. Es fácil decir que es un acto sin sentido, pero difícil es imaginar lo que la mente experimenta en el momento que tomas esa maldita navaja.
Antes de sentir la embriagante sensación de abrir mi piel con un cutter, yo igual creía que había una razón para hacerlo, pero también me parecía algo inútil, es decir, para mí existían los atracones y los vicios, no necesitaba cortarme para sentirme mejor. Sin embargo, sin tener ninguna, pero ninguna intención de meterme en eso, un día sentí la necesidad de herirme. 
Estaba tan enojada. Tan impotente, tenía tanta rabia, llegué a casa tan desesperada, tan enojada, que le grité a todos y agrandé mi problema e hice explotar mi frustración, yo misma puse ahí la gota para que el vaso se derramara, ¿Qué hice? Correr a mi cuarto sin poder gritar. Vaya, mi padre siempre hiriendo y pensando que tiene la razón en todo y yo sin poderle gritar lo que está sucediendo. Si estuviese sola, estaría aullando de coraje, estaría arrojando todos los objetos de mi cuarto, pero no puedo, ¡quisiera tener a alguien a quién patearle la cara y golpear hasta cansarme!  Mis manos tiemblan de ira. ¿Qué hago con esta furia arrolladora que me está quemando por dentro? ¿Llorar? Basta de llorar. Eso solo me hace sentir más pequeña y amarga ¿Qué hago con este terrible sentimiento que no puedo desvanecer y que no sé como controlar? Necesito hacer daño. Necesito hacerme daño, porque estoy sola, y si quiero hacer daño y solo me tengo a mi, no hay remedio. A mi me toca el castigo.

Con ansiedad, muerdo el rastrillo, saco una de sus filosas hojas y sin pensarlo, la pasé con fuerza sobre mi piel, unas dos veces. La sangre brotó. Se siente menos peso ahora, pero necesito más, y de nuevo deslicé la navaja en mi antebrazo. Qué risa me dio ver esas heridas. ¡Ni si quiera siento dolor! Solo veo sangre, roja, intensa y brillante. Tibia y maravillosa, se coagula en el suelo y parece una hermosa gelatina luminosa y con olor metálico. Es hermoso. El insoportable sentimiento de cólera y tristeza que sentía en el pecho, era como una inmensa nube de humo, que fue saliendo corte tras corte, y la sentí, sentí como si una bocanada de aire pesado y doloroso, saliera por mi boca, me hacía suspirar, ahora mi pecho ya no se sentía adolorido, ahora se sentía tan ligero, con tanta paz, mis lágrimas ya han cesado y tranquila, me limito a observar la sangre secar, con los audífonos puestos. 

A las pocas horas del incidente, me di cuenta de que actúe como nunca pensé llegar a actuar. Miraba mis cortes, profundos y largos, de los cuales podía observarse por dentro una capa de grasa amarilla. ¿Como pudiste hacerte esto? Es atroz. Solo esto te faltaba. No hay vuelta atrás, y lo que ayer pensabas horrible, hoy ya no sientes nada, y me dije a mi misma; ¿ves? Todo pasó y hubiera pasado, con, o sin cortes. Pero no, ahora recordarás esa crisis por mucho tiempo, cada vez que mires ese brazo, cada vez que elijas tu ropa del día y que tengas que usar forzosamente mangas largas, ahora decidiste morir de calor con un sueter encima, porque si te lo quitas, todos verán que no eres tan normal como creen. Vendrán y harán preguntas. Irán a contarles a todos. Querrán darte consejos. Te darán su serie de estúpidas opiniones que tanto odias, hablarán sin saber, como siempre lo hacen, y no puedes defender tus patéticos argumentos, ¿por qué? Porque tú te destrozas el cuerpo. Tú eres la loca. Tú definitivamente eres quien está mal, desde el punto donde lo veas. ¿No te sientes mal de ver como dejaste tus propios brazos? ¿No te parece irónico que te esfuerces por lucir bien, pero a su vez te arruines el cuerpo, tú misma y de una manera tan insensata? Vives buscando estar feliz, y con esto que haces, solo logras hundirte más, pobrecitos brazos, pobre de tu piel tan suave, pobre de tu cuerpo, tus brazos, quienes han sido tu sostén para realizar todas las actividades que te hacen sentir viva, ¿no te parece que han hecho suficiente por ti? No merecen semejante maltrato. No deberías hacer mierda las cosas buenas que te quedan. Ellos no tienen la culpa de tu mente tan turbia y tus impulsos del demonio.

Y después de cada maldita crisis, todo eso que pensé antes se desvanece. Y el problema actual es el que ocupa todo, me hace olvidarme de las cosas que valen la pena, me hace olvidar mis propósitos, mis razones para quererme y mis motivos y metas para ser feliz, todo eso parece evaporarse de mi mente y los pensamientos negativos regresan y no puedo más, siento que mi pequeño y estúpido mundo se vuelve a caer en pedazos, siento que no puedo soportar ese demonio y fantasma asesino que se adueña de mi cuerpo y de mi cabeza, quien vuelve a presionar mi pecho y me cierra los ojos y pierdo la razón. Porque, desgraciadamente ya he probado varias veces el regocijo extraño y anormal que uno siente cuando se hiere a si mismo. Sé que esa es la solución para eliminar esta maldita sensación y mi sed de violencia. Y vuelvo a caer, y lo vuelvo a hacer, y al siguiente día, vuelvo a sentir pena y tristeza de mi propio comportamiento, y me asusta ver como ni mi peor enemigo me ha herido tanto como yo lo he hecho, y de saber que no estoy segura ni si quiera estando completamente sola, y descubrir lo poco que cuido de mi, y lo dura que soy conmigo. Me rompe el alma. ¿Como podría confiar en alguien entonces, si ni yo misma soy buena con mi persona? ¿Cómo pensar que algún día alguien va a quererme, si ni yo misma puedo amarme? Definitivamente, si alguien te viera en ese estado de locura, con la cara cubierta de sangre y de lágrimas, simplemente salen corriendo, te buscan un doctor, o no sé, huyen, ¿quién querría meterse a la boca del lobo? Nadie tolerara estas estupideces, ni si quiera yo me tolero, y eso me hace pensar que merezco más castigos. 

Este si que era un problema que definitivamente me causaba mucha angustia y tristeza. No era absolutamente nada lindo al final. Era algo que me llenaba de vergüenza y de miedo. ¿Para qué marcar mis brazos de esa manera? Era como tener un letrero que dijera que soy débil, tonta y suicida. Esas son cosas que los malditos de mi alrededor no tienen por que saber, no es de su incumbencia. Algo que me partía y que tendría que ocultar. Una forma de hacerle honor a mis malos momentos, al grado de dejarlos grabados en mi piel. ¿Para qué? Esos desgraciados sucesos no merecen un monumento, no merecen quedarse plasmados y recordar mis penas cada vez que los miro. Los sentimientos negativos, deben olvidarse para ya no ser tomados en cuenta, tienen que desvanecerse también, como todos las demás emociones. Tienen que desvanecerse, tal y como lo hace la felicidad.

martes, 2 de diciembre de 2014

Mente en duelo.

De vez en cuando me harto de estar siempre girando en la oscuridad de mi cabeza.
A veces siento que tanta ansiedad acumulada la hará estallar.
No me gusta.
Pero si sucediera quizá sería un alivio.
No me gusta escuchar lo que pienso.
Mucho menos cuando lo que pienso es verdad.
Mucho menos cuando lo dice la voz interior que tanto me odia.
Me tiene tan hostigada.
Me atormento por cosas que no existen.
Sería casi igual que ilusionarme, sería casi igual que vivir de esperanzas: eso es estar en paz por cosas que tampoco existen. Que aún no suceden.
Mirar hacia adelante es pesado.
Es un camino lleno de infortunio, para llegar a una meta feliz.
Es perder la vida siendo infeliz, irónicamente con el afán de ser feliz.
¿Por qué para lograr algo que quiero tengo que hacer cosas que no me gustan, aún con el riesgo de que quizá nunca lo consiga?
No me caigo bien, soy una persona que se incomoda a si mismo en ocasiones.
A veces me gusta como eres, Olivia.
A veces me gusta lo que haces cuando eres.
Pero por eso mismo me caes tan mal, por eso mismo a veces quiero que te mueras.
Porque no eres lo suficientemente estupenda para que yo te ame.
No eres lo suficientemente formidable para perdonarte la vida.
Y sin embargo ni si quiera puedo suicidarme.
Porque quiero a la vida sin que lo merezca.

Me odio y me amo.
Me odio tanto que no me tolero, me aborrezco tanto que me pesa tener que soportarme tanto tiempo, y a veces sin nadie más, a veces solo me escucho a mi misma, y a medida de que paso tiempo conmigo, más me odio y más quisiera arrancarme la vida.
Me amo tanto que soy la única persona con la que quiero estar siempre, porque no me queda otro remedio y porque no tolero que los demás no se acoplen a mi personalidad, que tanto odio, ¿para qué entonces quiero estar rodeada de gente como yo? ¿Para qué quieres, estar entre personas que odias?
No me gusta estar sola y me aflijo, no me gusta estar sola porque siempre hay una parte de mí que solo quiere destruir. Y cuando no oigo otra voz, solo puedo oír la de mi cabeza.
Y cuando oigo otra voz, la de otra persona, en ese momento preferiría quedarme sorda.
Yo me canso de fingir ser quien no soy, y cuando soy yo misma, asusto.
Pero también soy capaz de encantar.
Y no encuentro a casi nadie que merezca descubrir las dos cosas.
Casi nadie puede ver mis cicatrices si sé que no vale la pena contar sus historias. 
A casi nadie puedo decirles mis puntos de vista sin eufemismos.
Y a casi nadie puedo mostrarle mi parte blanda, no enseñaría mi parte vulnerable sin antes asegurarme de que no vas a quebrarla. Sin antes asegurarme de que sabrás valorarla.
Así mismo, no cualquiera tiene suficientes virtudes y/o demonios maravillosos que hagan ver sus defectos algo sin importancia. 
No he aprendido a quererme sin odiarme.
Pero claro que llegué a descubrir que a veces los demonios logran crear cosas magníficas.
Y lo magnífico no tiene que ser hermoso, simplemente basta con que sea increíble,
y todo lo increíble llena la vida de las personas, 
todo lo que te mueve,
todo lo que te hace sentir viva.
Y dicen que para valorar algo tienes que perderlo.
Por eso aprendo a valorar mi propia compañía, 
cuando descubro que es difícil encontrar a alguien mejor que el silencio.
Yo valoro a las personas que son mejores que la soledad. 





viernes, 28 de noviembre de 2014

Diario de alguien [10]

Cuando sufrir ya no te impresiona.


Cuando el hoyo que siento en el pecho ya no se siente tan doloroso, cuando mi tristeza ya no parece tan fuerte como para matarme, y cuando las voces en mi cabeza ya no se escuchan tan crueles, mi lado racional cree que ya estoy mejorando, pero el hemisferio enfermo de mi mente no puede creerlo porque sabe perfectamente que la felicidad y la estabilidad son efímeras y que quizá mañana, me suceda algo terrible que posiblemente pueda hacer añicos mis ánimos y todas las ilusiones que había creado y las cuales me iluminaban el alma.
Eso no me deja dormir tranquila, ni si quiera me deja sonreír en paz, ¿pero qué mas da? Si al final duermo y al final disfruto mis alegrías, y eso no viene todos los días y no siempre tengo la suerte de sentirme plena, y en el momento que lo estoy, me baño de optimismo y callo todas las voces molestas que me dicen que la vida se empeña en hacerme daño.

La vida es una caja de sorpresas, y lo supe porque me ha dado golpes, pero también me ha dado muchas cosas por las que sin duda vale la pena vivir, aunque sea a medias, siempre siendo un sube y baja de emociones, igual me dio cosas y me quitó unas, me dolían tanto algunas virtudes que no me dio, y pasé años intentando obtenerlas, olvidándome por mucho tiempo de alegrarme por los regalos que me dio, no me dio la estatura que deseaba, pero me dio un cuerpo proporcionado y femenino, no me dio la cara que quizá hubiera elegido, pero me dio una que pudo gustarle a todos los que me gustan, y una que muchas veces me agradó frente al espejo, no me hizo genéticamente delgada, ni me hizo millonaria con la vida resuelta, pero me dio una habilidad en los dedos, que quizá no es la mejor del mundo ni tampoco prodigiosa, pero vaya que rebasa la capacidad que muchos tienen, y no tengo que defraudarme por no ser tan buena y talentosa como algunos otros músicos y artistas, porque me dio el amor y la facilidad por el arte y la música, que igualmente con práctica y cultura puedo transformar en algo increíble. Vaya que cuando uno se obsesiona por algo, el cerebro se olvida de todo lo que alguna vez te importó para enfocarse de lleno en tu obsesión, y no te deja pensar, no te deja hacer nada, no te deja disfrutar, en pocas palabras, no te deja vivir, y eso no se irá nunca, fue como una explosión nuclear que dejó mi cabeza contaminada y aún letal, que de mi cabeza no puedes mover un solo cabello sin despeinarme. 
Si pude alguna vez entender al menos un poco lo que en mi mente sucedía, fue gracias a los libros, que me hicieron reflexiva y ahora las cosas que me pasan por la cabeza, no pueden irse sin un análisis, donde saco sus partes buenas e inevitablemente, también contemplo lo malo y pienso en posibles futuros desastrosos, así que si mi felicidad no es completa, y está a medias, y si mis ganas de vivir están a medias, ¿por qué no vivir a medias? Medio muerta. Entre la vida y la muerte, o sea anoréxica, o sea bulímica. 

Ya no me mortifico por mis pensamientos suicidas. Siempre los he tenido y no puedo suicidarme más de una vez, por lo tanto esperaré sin esperar un motivo para hacerlo, ¡pero cuando estés segura! No cuando solo tu mente lo diga, lo haré cuando sienta que todo se me viene abajo, pero si no me ha sucedido, es porque aún hay algo de luz y por eso me gusta estar aquí. Era mentira cuando dije que odiaba la vida en su totalidad, cuando dije que definitivamente deseaba estar muerta, la verdad es que no tanto, porque sigues viva y los autos siguen pasando en las carreteras, puedes atravesarte y te aseguro que te atropellarán y morirás, si es lo que quieres, si es lo que de verdad quieres, ¿por qué te detienes? 

La vida aún me gusta lo suficiente como para continuarla. Las cosas que me han sucedido, aún no han sido suficientes para acabar conmigo, y lo sé por la desesperación, tristeza y culpa que sentí cuando me caí al suelo convulsionada, lo supe cuando vi los chorros de sangre que me salían de las muñecas, por todas esas veces en las que mis ojos se cierran lentamente y mi cabeza zumba y siento que la muerte está muy cerca, he aprendido que no estoy lista para partir, que me resigne a morir por mis propias manos en ese momento, es diferente, pero en esos instantes es cuando pienso en todo lo que me mantuvo viva hasta ese entonces, y que tengo una familia unida en un hogar armonioso, dos hermanos chicos que vi crecer, y que mi muerte destruiría su infancia y verían el suicidio como un método de huida, sería un capitulo negro y horrible en su cabeza, mucho peor que los que la mía guarda y ellos son de los pocos seres que no merecen mi estúpido egoísmo. Y mi familia se ha quebrado todas y cada una de esas veces que yo me he estado muriendo, que he imaginado ya lo que pasaría después de mi muerte y definitivamente no deseo que eso suceda. No debo ser tan débil como para asesinarme cuando las cosas aún no son tan malas como lo espero, y no debo torturar mi mente de esa manera por cosas imaginarias.

Este año ha sido muy gratificante, ya que descubrí un sentimiento que no conocía, que es el amor, no el mismo que le tengo a mis hermanos, es diferente porque lo siento por alguien que apareció sin que estuviera contemplado, alguien que se ganó una parte de mi en solo unos meses, y que me hace feliz y con quien puedo ser yo misma totalmente sin sentirme extraña, juzgada o vulnerable, y con quien descubrí en mi nuevas emociones e incluso talentos escondidos. Y ahora tengo una persona más que me necesita y nuevas habilidades por desarrollar y necesito tiempo para realizar todo esto, entonces sigo ayunando por el extraño placer que esto me provoca y también por mi miedo a engordar y mis bajas repentinas de autoestima. Incluso soy capaz de controlar mis vicios, pues yo sabía que inhalar cristal diariamente no me traía nada bueno, sin embargo sé que es posible inhalarlo un día sin estar el día siguiente temblando en el suelo con ganas de más. Yo me enviciaba hasta por voluntad propia, sabiendo las consecuencias, o sea que para mí eran otro método más de suicidio. 

Para qué me lamento con cambiar, para qué tener esperanzas de algún día curarme, se que mi cuerpo puede recuperarse mil veces, aunque cueste comer porque después la voluntad no es suficiente, el estómago olvidó como digerir y ahora duele y se enferma, también se llena casi con nada, y ni hablar de la bulimia, muchos platillos que me gustaban ya no me entusiasman, me causan a menudo repulsión y quieren salir pronto, no tolero estar llena, pero mi mente es el problema, esa no se cura, de una u otra manera siempre estará enferma, y lo único que me queda es desplazarlo siempre y cuando no sea tan duro, siempre y cuando sea soportable, seguiré aquí intentando obtener todas las dosis de felicidad posibles, y ahora que tengo una obsesión y que la conozco, y ahora que sé que siempre estoy sufriendo, se volvió monótono y me ha aburrido, ahora ya ni si quiera me impresiona sentirme mal, ahora ya casi ni se siente nada. El reto para mi no es cambiar, si no simplemente desviar la atención de las cosas que me hacen daño, dejar de tomarlas tanto en cuenta y no dejar que me maten. Lo nuevo es el sentimiento que acabo de descubrir y el que ya distingo, la felicidad y el amor, no son siempre pero vale la pena vivir cuando estos aparecen. 






domingo, 23 de noviembre de 2014

Diario de alguien [9]

El puente.


Me ahogo en mi propia existencia. Estoy encerrada en mi propio cuerpo, acorralada con mis propias ideas. Quisiera tan solo callar mi cerebro, ya no me importa ser flaca, ser gorda, ser como sea, solo quisiera dejar de sufrir. Mi papá dice que no es nada. El piensa que estoy siendo demasiado dramática y estúpida, por la manera en la que me hundo por nada. Estoy ahogándome en un vaso de agua, no puedo si quiera soportar mi patética y estúpida vida, mi padre lo piensa, y yo lo sé,
Tengo una bomba de frustración, rabia, tristeza y desesperación, que está a punto de estallar, o quizá ya estalló, por eso es que me doblo en mi cama, abrazo mis rodillas, me muerdo un brazo para callar el grito que quiero soltar, y mis lágrimas salen como disparadas.
Mi papá me hace enojar tanto. TODOS. Nadie entiende nada de lo que pasa, mis padres pretenden resolver mi vida, no han entendido que yo no sufro como una hija normal, no como una adolescente común... o no sé, mis amigas no tienen ninguna cicatriz en sus brazos.
Dicen tantas cosas a lo vil. Dan tantos consejos derivados de lo lógico, sus consejos son tan obvios, tan de a cuerdo a la ley de la vida, tan moralmente correctos, ¡como si todos pensáramos igual! ¡como si ser feliz significara lo mismo para todos! Estudiar para ganar dinero no resolverá mi vida. Que debería optar por el deporte y la alimentación balanceada...¡SIEMPRE LO HE SABIDO, MALDICIÓN! Tan obvio es el camino, tan evidente, hasta un niño de primaria sabe que es lo correcto. A mi no me importa. Si esa fuera la solución, la hubiera elegido desde antes de que todo empeorara, desde antes de que me hubieran ingresado, es más, si hubiera sido tan sencillo, hubiera incluso salvado a Valentina. No importa lo que haga, no importa que haga todo lo que sea correcto, que siga las reglas y que viva de acuerdo a lo previsto por mi familia, ¡yo no sé como ser feliz! Ni si quiera deseo ser bella. Mi cara nunca será diferente, viviré con ella siempre, fea, guapa, como sea que me vea, así es mi maldita cara, yo en el fondo lo sé, no tengo si quiera por qué enojarme por no ser como una modelo inglesa, porque nunca lo lograré. ¿Y QUÉ? El cuerpo, el cuerpo ya ha estado tan delgado al extremo, que me di cuenta de que ser delgada ni si quiera me hace feliz... al contrario, entre más delgada estoy, más dolor cargo por los estragos que el proceso de adelgazar me ha dejado. Y quizá eso es lo que se ha vuelto inmensamente pesado e insoportable. Terriblemente doloroso. Saber que he hecho todo lo que alguna vez creí que necesitaba para ser feliz. He estudiado, aprendido cosas, obtenido buenas notas, he tenido amigos, he tenido parejas, he adelgazado lo más que pude, he luchado por lucir bonita y... cada día es peor. Y me da tanto coraje ver que ni si quiera mis padres entienden eso, que dejé de verle sentido a todo, que dejé de sentir emoción por algo, que ya no puedo más y que no me interesa cuán grave sea el motivo de mi pena, a mi me duele y me duele demasiado, no me importa que no sea para tanto, para mi es suficiente. Quisiera que sintieras lo que siento en mi pecho por un momento. Y no puedo herir a nadie, ni si quiera puedo gritarles todo lo que siento por ellos, ni si quiera puedo insultarles, a nadie puedo darle su merecido, quisiera tomar todo ese odio, meterlo en un cuerpo y golpear ese cuerpo hasta matarlo. Tengo tanta furia que necesito desquitarme, y lo hago con lo que más odio, mi cuerpo, atentando con lo que menos me interesa; mi vida.
Las navajas del rastrillo siempre fueron mis favoritas, las saco y rajo la piel de mis muñecas, que es el único sitio reservado para cortes, mi muñeca izquierda, donde corto por atrás y por delante, las veces que sean necesarias, hasta callar los gritos de mi alma, hasta que las lágrimas paren, hasta ver todos esos hermosos chorros brillantes y rojos, me da tanto placer y euforia que no puedo hacer más que carcajearme mientras embarro mi sangre en todo mi brazo. No sé en realidad por qué me rio, pero podría creer que es el placer que me hace sentir desquitarme, o son mis demonios riéndose de mi al ver como con susurros imaginarios son capaces de destruirme y arruinarme cada vez más. No lo sé exactamente, pero en ese momento, el respiro de alivio que libero en medio de un charco de sangre, es de las mejores sensaciones que experimento últimamente. Es como tener un dolor pesado en el pecho, que es aliviado de repente y me siento ligera y libre de desesperación. Mis párpados me pesan y estoy tan en paz. Pongo música. Por alguna razón ''Where did you sleep last night'' me hace sentir muy bien justo en ese momento. Cierro mis ojos acostada en el suelo, cubierta de sangre, lágrimas y mocos. Me siento mejor, amarga, pero mejor.
He intentado llenar el vacío haciendo lo que me mantenía alegre cuando era gorda. He salido todas las veces posibles con mis amigos. Bebo todo lo que me es posible, quizá no son los amigos lo que me hace feliz, es el alcohol. O eso creí hasta que empecé a hacerlo sola en mi cuarto cuando no salgo, por la madrugada me pongo a escribir como loca mientras le doy grandes tragos a la botella, el alcohol seco quema mi garganta y después dejo de sentirlo. Después de acabar los escritos ácidos y amargos, los releo, y termino de romper en llanto. No puedo soportarlo y no me queda de otra, prometí no hacerlo pero ni si quiera pienso en volver a mordisquear el rastrillo y pasarlo en mi piel, muchas veces, fuerte, descargando toda mi furia y mi odio. Cuando despierto solo me arrepiento cuando veo las terribles heridas que acabo de hacerme. Otras cicatrices sin sentido que he agregado a la horrenda colección de mi brazo. Prometí que solo sería la muñeca, porque sé que si toco mis piernas o cualquier otra parte de mi cuerpo, no podré resistirme a seguir cortando y terminaré siendo un monstruo. Pero ahora quedé flagelada desde el hombro hasta el huesito de mi muñeca. También toqué un poco mi muslo y el tobillo. Agreguemos algo más a la lista de defectos físicos: Ahora también eres una loca suicida llena de cicatrices horrorosas.

La cosa tuvo fin hace unos meses. A pesar de haber tenido ya tres intentos de suicidio, fue el cuarto el que me dejó más marcada, porque todos se enteraron. Fue en medio del drama psicótico que se estaba desatando, alcoholizada, alterada y enojada, la furia, locura y tristeza del momento y la desesperación acelara, me hicieron romper un frasco de comida para bebés. Si, acababa de comprar comida para bebés. Lo aventé al suelo y presurosa tomé un trozo de vidrio, y sin si quiera procesar la idea y sin medir las consecuencias de lo que estaba a punto de cometer, guiada tan solo de un sentimiento de ira y angustia difícil de calmar, una sed de ganas de explotar incontenibles, me clavé el pedazo de vidrio en las venas. La sangre salió disparada en un chorro abundante que se extendió como a un metro. Era tan impactante para mi ver tanta sangre salir de mi cuerpo...¡lo había hecho y no había vuelta atrás! Y si, comencé a reír como desquiciada y a decir una y otra vez ''¡me voy a morir, me voy a morir!''.
Estaba en medio de la calle y en la madrugada. El me observaba desesperado y llorando, dando vueltas por todos lados, apenas comprendiendo la gravedad de lo que sucedía. Yo lo miraba con odio y le gritaba que no se me acercara. La camioneta Pickup vino de regreso y pude notar que eran dos señores, quienes me suplicaron que subiera a la parte de atrás porque me llevarían al hospital. No supe que hacer, y lo hice, no por ganas de ir al hospital, si no por dejarlo ahí, intrigado y preocupado, sin saber si moría o vivía. Corrió lo que pudo detrás de la camioneta hasta perdernos. Ahí me percaté de que estaba en medio de un charco inmenso de sangre, como nunca antes había visto. Y la sangre seguía saliendo de mis muñecas como una llave abierta. Mis ojos se empezaron a cerrar y mis oídos zumbaban, mi cabeza daba vueltas y mi vista se llenaba de nubes hasta que no distinguía lo que veía, y fue ahí donde sentí una emoción más fuerte que otras alguna vez manifestadas en mis anteriores intentos de suicidio: ahora vi pasar mi vida como una película. Los rostros de mi querida familia empezaron a formarse en mi mente y cada vez que mi nariz exhalaba, podía sentir cada respiro en el alma, porque los valoraba tanto... esta vez podría ser la última que experimente la sensación de respirar, la última vez que mi piel siente algo, la última vez que mis ojos ven, quizá este sea el último pensamiento que en mi mente habrá... hoy quizá me convierta en nada o en algo que ni si quiera sé, hoy pasaré a algo diferente o simplemente ya desapareceré para siempre, me extinguiré, ya no seré nada ni nadie jamás, ya nunca volverán a escuchar mi voz, y ahora probablemente estoy experimentando mis últimos minutos... incluso vi todo borroso cuando sentí que me subieron a la camilla. 
Una vieja doctora y su ayudante me pusieron rápido suero y alcohol en la frente mientras pusieron mis muñecas boca arriba en una bandeja metálica y cuadrada, mientras uno aplastaba las aberturas para detener la hemorragia, la enfermera preparaba el hilo y aguja de sutura. 
Me cosieron mis heridas mientras yo me moría de nervios, no tenía anestesia y ya estaba consciente, el hecho de saber como mis muñecas eran atravesadas con agujas, me ponía la piel de gallina y lloriqueaba. La enfermera me habló sumamente golpeado y me jaloneó las muñecas.
-DEJA DE MOVERTE O DEJO QUE TE MUERAS.
Al saber que mi vida dependía de la maldita anciana esa, callé.
-¿Quién te hizo esto?
-Yo.
-¿Por qué?
-Quería morir.
-¿Quieres morir? Solo dilo y nos ahorramos el trabajo.
Me quedé pensativa.
-No, continúe por favor, fue una tontería.
-¿Por qué lo hiciste?
-Por nada.
-¿Como que por nada? ¿Entonces el motivo es ''estupidez''?
-Discutí.
-¿Con el novio?
-Tal vez.
-¿Estás drogada?
-No.
-Hueles a alcohol. Que tontería y pérdida de tiempo.
Me quedé callada y solo me relajé. Más o menos unos 5 puntos de sutura, me pidió que me lavara, y uno de los puntos se reventó y de nuevo tuve que someterme a remiendos. 
Las bandejas metálicas estaban cubiertas por un grueso coágulo brillante de sangre.
Me relajé una hora y la doctora me dijo que tenía que llamar a algún lugar para que alguien me recogiera. Di el número de mis padres, el de mi casa, no sabía otro número más de nadie y no iba preparada, es decir, solo iba ir a la tienda a comprar cerveza, no iba preparada para una emergencia en la Cruz Roja. Nadie respondió al teléfono, esa misma noche estaba descolgado. No había nadie más a quien llamar y tuve que salir de ahí sola. 
Mi cara estaba cubierta de sangre, mi ropa estaba empapada. ¡EMPAPADA! Parecía que acababan de atropellarme o que acababa de sumergirme en una bañera de sangre. Mi chamarra de relleno de algodón parecía esponja, había absorbido demasiada sangre, hasta mis pantalones y mis pies lo estaban. Parecía zombie, el zombie de una chica extraña y ensangrentada caminando con lentitud y cara de moribunda a las cuatro y media de la madrugada. Pensé en ir a casa y quise tomar un taxi, pero nadie se paró a recoger a una mujer llena de sangre de la cabeza a los pies, y deseché la idea porque no quise someter a mi pobre familia a ver a su hija que parecía salir de una película de terror. Me fui caminando a casa, donde estaba mi novio y mi amiga. De nuevo al lugar del origen de todo. Me sentí tan sola, tan desamparada y desgraciada en ese camino, que lamenté no haber alcanzado a morir hace unas horas. Mi aspecto era deplorable incluso al otro día, me puse otra ropa y me fui camino a casa de los abuelos, quienes inmediatamente al verme entrar por su puerta corrieron a mi y yo no pude soportar romper en llanto, después de esa situación tan traumática. Necesitaba saber que valía la pena estar viva, por algo, o por alguien. Mis padres llegaron a recogerme y fue el drama familiar del año, en el cual todos me abrazaban llorando y mi mamá dormía conmigo y me decía lo importante que era para ella y volvía a tratarme como una niña pequeña. Y supe que después de ese horrible suceso, había perdido la relación amorosa más linda que tuve jamás, y ahora mi corazón estaba hecho pedazos, tanto que lloré como nunca antes había llorado y las únicas horas en las que dejaba de llorar era mientras dormía, excepto que también me despertaba entre sueños por llanto espontáneo y amargo. Me sentía más destrozada que antes de haber decidido matarme, pero ahora tenia un sostén. Y descubrí que no tiene sentido vivir si nadie te necesita. Siempre que tengas a alguien, tienes un motivo, ese alguien puede ser otra persona o puedes ser tu mismo, el día que no tenga a ninguno de los dos, estaré lista para morir. 



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sábado, 22 de noviembre de 2014

Socializar.



Voy totalmente en contra de los apegos.
No confío casi nada, si cuento algo es porque en el fondo, no me da miedo que el ''secreto'' sea descubierto.
No confío en las bocas ajenas.
Sé de antemano que cualquier punto de vista o anécdota que yo le cuente a una persona ajena, con quién no comparto lazos sanguíneos, será juzgado, criticado, motivo de burla, o de envidia, no lo sé, pero nunca lo sabré, y eso es lo malo, su instinto no será ayudar si cuento un problema, su instinto será sentirse superior porque a el no le sucede, me criticará en sus adentros, se reirá de mí o me deseará fracasos. 
¿Y si le cuentan a sus madres, a sus otros mejores amigos o a sus parejas? Muy probablemente. 
Todo problema grave será como una función teatral. 
¿Si me quedo viuda? Buen tema de conversación.
¿Si me cortan una pierna? Interesante tema de conversación.
¿Si muero? ''ADIVINEN QUIÉN SE MURIÓ'' Sería una excelente curiosidad que contarían tus amiguismos de la preparatoria, quienes quizá ya ni si quiera te recordaban.
La gente es muy parecida. ¿Por qué aferrarse a las personas, incluso en un lazo tan absurdo como es la amistad? Si incluso se puede llegar a sentir coraje y envidia entre hermanos, ¿por qué no sucedería entre dos personas que ni si quiera crecieron juntas? Y cuando crees que dan todo por ti, cuando crees que encajan perfecto, que han pasado por tantas cosas y que han vivido tantos momentos, el ciclo escolar acaba y cada quien por su lado. O dos se casan y se embarazan. Y todos tienen sus propios amigos, en sus entornos correctos, ¡no existen las amistades sinceras de toda la vida! Después de vivir junto a otras personas, si regresas al pasado ya no sabes si quiera de qué hablar. Y la gente cambia. La amistad, algo tan reciclable. Tan reemplazable, tan lleno de hipocresía. 
Me extraña aún que hayan personas tan estúpidas que crean que tendrán a alguien que estará a su lado por siempre. 
Personas que creen que deben salir de fiesta todos los fines de semana, aunque sea con gente insignificante y aborrecible, y todo eso, para sentir que su vida no es tan vacía, todo eso para sentir que son felices.
Socializar es extraño. Llega un momento en el que conoces como se comporta cada círculo. Donde ya descubriste como funcionan las cosas, y extrañamente, pierdes el miedo al público, a las críticas, a hablar, a levantar la mirada. Porque precisamente aprendiste a ver a todos como lo iguales e insignificantes que son. Como soy yo, que también soy humana. Irónicamente ya puedo socializar mucho más que antes, y presentar donde sea alguna de esas máscaras que yo misma elaboré basada en la observación de sus constantes y respectivas actitudes. No a profundidad, pero es una máscara, como la de ellos, capaz de ser cambiada cuando sea necesario.
La gente nació para fingir. Porque no vivimos solos. Estamos rodeados de humanos, dependemos mucho de otros humanos, no podemos estar nunca solos, dependemos hasta de las personas que están abajo, como de las de arriba. Tenemos que poner la mejor cara para no ser un inadaptado. Para que no te odien quien no te debe odiar. Tienes que lograr caerle bien a la gente que te puede servir de algo.
La hipocresía es supervivencia.
Si de verdad tuviese que decir todo lo que pienso, me odiarían, ratifico que me odiarían, al igual que ellos, ¿cuántos juicios e insultos no debieron haberme dicho solo con la mente?
Y hay veces que uno quisiera pasar el día sin escuchar una sola voz, sin detectar ningún movimiento humano. Sin soportar a nadie. Sin tener que articular palabra alguna. 
A veces no comprendo a las personas que necesitan estar rodeadas de otras personas, es cansado, es molesto, irritante, con el tiempo te vuelves huraño, y ocho de cada diez voces que se dirigen a mí, me hacen hacer muecas y poner los ojos en blanco, aunque responda con voz suave y amable. Y si me llegan a colmar la paciencia, del mismo modo en el que logré simpatizar, lograré que me odien, pero que me odien con ganas, de ese odio que no se olvida. O al menos me encargaré de decirles algo desagradable que se quedará en sus mentes por un buen rato.
Generalmente, las voces deben tratarse como sonidos vacíos e insignificantes, y los humanos deben verse como muebles, que solo están ahí y con quienes se comparte el planeta. Pero a veces tengo la desdicha de chocar con muebles, con estúpidos muebles desagradables, estorbosos y llenos de suciedad. Y las voces vacías e insignificantes, se vuelven irritantes, chillonas, que tan solo de oír su insensatez, hartan. 
Y no digo que yo esté bien y los demás estén mal, simplemente creo, que ellos y yo somos la misma especie, entonces, si actúan y son como yo, o peores, mejor no quiero nada y prefiero mantener la distancia. 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Diario de alguien [8]

Años de todo y nada.


Me habló desde que empecé a lucir bien, desde que perdí el peso necesario para lucir un cuerpo llamativo.
Me habló cuando mis curvas desaparecieron y me convertí en un saco de huesos, enfermo, triste y lastimoso.
Me habló incluso por teléfono, cuando la distancia nos separaba, la distancia y un gran edificio de recuperación mental. Incluso dos veces viajó para visitarme y llevarme obsequios.
Me habló cuando salí, cuando ya había perdido la forma de mi cuerpo y me convertí en una chica robusta y totalmente diferente a quien era antes.
Y hasta este día, donde el fantasma regresó y volvió a empezar a secar mi cuerpo, el sigue aquí y no se va. Daniel no exige que no cambie ni que cambie. ¿Qué será lo que ven en mi sus ojos del color de los bosques?

Aunque a veces no lo entiendo. A veces quisiera contarle tantas cosas, desahogarme con el, pero parece no importarle y cree que ofreciéndome un porro y con unos besos, me sentiré mejor. O quizá ni si quiera sabe lo que hace, últimamente no sabe hacer más que beber y drogarse. La verdad es que, no puedo ni reprocharle, no con la nariz sangrando, desgarrada por tanta metanfetamina. No tengo cara para reclamarle nada, y no quiero tenerla.
No sé de quién fue culpa exactamente. Pero ninguno de los dos habló desde el principio. Yo empecé a salir y a tener más y más amigos, mientras el trataba de disimular sus celos. A consecuencia de esto, dejó de ser tan dulce, es decir, siguió siéndolo, pero no mucho. Nunca me lo dijo, solo hizo lo mismo, empezó a salir y a tener amigos. Nunca le dije que me molestaba que tuviese amigos, si no que empecé a meterme la idea de que tenía otras, e indudablemente empecé a tener otros, y para no mantener ese secreto, hablé con el y le dije que solo podía ofrecerle una relación informal y libre. Al principio se molestó y peleábamos por días, rompió la mesa de centro de su cuarto y arrancó todos los posters y el tapíz de la pared, muy furioso. Pero al ver que era la única opción para estar conmigo, aceptó. 

Y todo se volvió raro. En secreto, revisaba su perfil de facebook y miraba las fotos de todas esas mujeres con quienes hablaba, para ver que nadie me superara. Nunca le dije nada.
Nos veíamos por ratos y ninguno podía reclamarse nada, nunca pude dejar la relación a medias, fue un plazo de años. Años juntos, pero no juntos. Después el empezó a manifestar su desacuerdo y a pedirme que formalizara las cosas otra vez. ¿Pero cómo? Yo ya no confiaba en el como para concederle la importancia. No lo acepté nunca, decenas de veces rechacé su idea. Quería tanto sus virtudes, pero sus defectos me daban demasiada inseguridad como para haberme permitido una ilusión. Yo nunca empiezo cosas que sé que terminarán pronto. Sobre todo si primero no me demostraba que cambiaría, si no que me rogaba algo en serio, mientras seguía saliendo con medio mundo. El decía que no le importaba estar a medias, con tal de estar. Era una estúpida relación de novios libertinos, donde podíamos pasar el rato más lindo de parejita de película, y a las 2 horas terminábamos discutiendo y echándonos todas nuestras culpas en cara. Siempre le repetía que cuando encontrara a alguien mejor que el, lo dejaría.

Luego apareció J.M. Lo conocí en la escuela y parecía ser ideal, era guapo, caballeroso, lindo, tierno, sano. No tomó mucho que yo creyera que había encontrado algo que valía la pena, nos pásabamos los días en el departamento, y le di a probar toda droga. Lo cambié mucho, era un chico que amaba el deporte y no tenía nada de maldad. Ahora supongo que yo no quería su forma de ser, yo solo quería un Daniel, uno que no tuviera todos los defectos del Daniel que conocía. Ni si quiera tuve la decencia de decirle a Daniel que no volveríamos a vernos, simplemente lo ignoraba y no me importaba esconderle que tenía una relación, lo dejaba expuesto descaradamente. Quise creer que a el en realidad no le importaría, porque a el, nada le importaba. Incluso también tuvo novia formal, y todo transcurrió en paz hasta que J.M se fue de viaje y alguien me chismeó una supuesta infidelidad, entonces tomé el teléfono, busqué a Daniel y no dudé en practicar la infidelidad. Y volver a estar con el me recordó por qué había estado con el los últimos años, y me hizo ver que J.M ni si quiera se le acercaba, a pesar de que J.M me adoraba, me trataba como reina y lloró mucho cuando le terminé, tuve que confesarle mi engaño y ni si quiera así quería dejarme ir, estaba dispuesto a perdonarme, pero yo ya no sentía nada, ni si quiera esperanzas de sentir algo, ¿cuál era el objeto, entonces? Y lo dejé, triste, solo, y adicto al cristal. Al mes, decidí gastar miles en drogas, suficientes para matarme, me atasqué y al final inhalé una línea de heroína, lo cual tampoco sirvió de nada, porque Daniel llegó a salvarme a tiempo, y me llevó al hospital donde estuve intoxicada durante días. Y todo esto por nada, porque lejos de volver a los brazos de Daniel, regresé a mi casa, siendo igual de indiferente y despreocupada que siempre. Gastaba todo mi dinero en cristal, tenía que tener al menos una piedra para cada día, cada mañana al levantarme, para ir a clases animada y más despierta, y de paso, jamás comía, ¡NUNCA! Estaba siempre, tan asqueada. 
Los fines de semana eran la muerte, al otro día amanecía casi con los dedos en carne viva de tanto mordisquearlos y rascármelos, la euforia, la boca reseca y estar tan activada me tenían siempre mordiéndome los dedos o la boca. Mi nariz sangraba de repente. No me interesaba hacerme todo ese daño, si me moría, ya que más daba. Cierta vez, dos amigas vinieron a mi casa y no me permitieron drogarme ni ir a comprar, y dos días estuve sin nada.Ya quería que se fueran e intenté correrlas con indirectas, me sentía tan malhumorada y nerviosa, y después empecé a temblar como si tuviera frío, mis dientes rechinaban, daba vueltas en toda la habitación y me sentía muy asustada, la voz fantasma de Samuel empezó a sonar en mis oídos más que de costumbre, podía sentir su aliento. Cada vez me sentía peor, entonces decidí sentarme en una esquina de mi cuarto a llorar, mordí de nuevo el rastrillo, saqué la navaja y la pasé con fuerza en mi antebrazo, dejando unas aberturas con interior blanco y amarillo, brotó tanta sangre, se mezcló con mis lágrimas. El teléfono vibraba, hasta que empezaron a llamar de forma insistente. Era Daniel. Su último mensaje me preocupó. ''Contesta, estoy angustiado por ti, tendré que ir a tu casa, si tú no me abres, me abrirá tu mamá''. Tuve que responder el mensaje, lavarme, vestirme y no tuve más remedio que salir a abrirle. 
Cuando se dio cuenta de mi terrible apariencia y mi notable ansiedad, me pidió que fuera con el a su casa y que me cuidaría para que mi mamá no me viera. Pero con la condición de dejar el cristal. Dije que si por obligación, y me fui con el. Me acostó en su cama, me tapó con un cobertor, y me sirvió un tequila, me compró cigarros y me servía también café caliente. 

-Yo voy a cuidarte para que superes esto. Yo te metí, yo te saco. Todo estará bien. Esto va a ayudarte, a mi me ayudó en su momento.-

Tenía miedo de que me hiciera algo, por alguna razón, me sentía como en una pesadilla, no podía ni acercarse a mí sin que me asustara. Se quedó toda la noche en vela y me dio hierba para que pudiera tranquilizarme y dormir. Me vendó las heridas del brazo y lloró un poco.
Los días que siguieron, pasaba todos los días por mí para llevarme a terapia, donde me medicaron y hablaron con mis padres para explicarles que tenía una adicción y que era válido consumir un poco de hierba. Gracias a esto, dejé la adicción al cristal, una vez más me alejé de el. Ya no más ojos desorbitados, manos ansiosas, labios hinchados ni náuseas, esos malditos vómitos espontáneos que hacían que me ahogara, que se me tapara la garganta y la nariz, juro que sentía tanto terror y asfixia que sentía que en ese momento iba a morir. 

Muy a pesar de lo lindo y enamorado que Daniel parecía estar cuando estaba conmigo, el seguía coqueteando con otras. Y nunca pude olvidar a todas esas novias a quienes les hablaba bonito mientras se besaba conmigo. ¿Acaso yo sería una de ellas? Claro que si. El decía que no, ya que yo era la única que nunca había dejado, porque en verdad me quería. Pero que yo no le permitía hacer más y que todo lo quería a medias. Yo pensaba que su cambio primero debía demostrarlo. Entonces todo siguió igual hasta el año pasado. Seis años de algo que era todo y era nada. ¿Eso era el amor? Lo suponía. ¿Que otra explicación hay para que no pueda dejar a un drogadicto, mujeriego, traficante, alcohólico, problemático y delictivo? Lo conocí tan sano, hasta su cuerpo era muy atlético, sus ojos si que eran bonitos, verdes y expresivos, su cara se veía menos pálida y más feliz. Ahora era muy flaco, su cara estaba muy demacrada, sus ojos un poco saltones, más tristes, siempre enrojecidos, se veía tan infeliz, tan enviciado, acabado, deprimido en el fondo. Y si a pesar de estar así, yo no podía abandonarlo del todo, si, eso pensaba, debe ser enamoramiento, debe ser que lo quiero. Entonces esto es encontrar a tu pareja ideal, otra chica quizá lo hubiera mantenido así, pero yo soy demasiado inteligente como para aceptar sus defectos, ¿no? ¿entonces qué pasaba o qué estaba esperando de Daniel? No quería que fuera mi novio, sin embargo, quería que me quisiera, no quería perderlo nunca. Tenía una idea tan vaga y subestimada respecto al amor. ¿Así era de absurdo? ¿de insignificante? Pero mis palabras se cumplieron. Y cuando le dije que lo dejaría cuando encontrara a alguien mejor, lo hice. Porque ahora puedo estar segura de lo que se siente estar enamorada, cosa que no tiene nada que ver con Daniel. De hecho, desde que lo conocí a el y experimenté el amor, 

¿Quién diablos es Daniel?




lunes, 17 de noviembre de 2014

Un artista del hambre.


                                                                   FRANZ KAFKA. 

*Quizá es el fondo de la anorexia*

En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran otros los tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los últimos del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños. Para los adultos aquello solía no ser más que una broma, en la que tomaban parte medio por moda; pero los niños, cogidos de las manos por prudencia, miraban asombrados y boquiabiertos a aquel hombre pálido, con camiseta oscura, de costillas salientes, que, desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a veces, cortésmente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba, quizá, un brazo por entre los hierros para hacer notar su delgadez, y volvía después a sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos semicerrados, y sólo de cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para humedecerse los labios.
Aparte de los espectadores que sin cesar se renovaban, había allí vigilantes permanentes, designados por el público (los cuales, y no deja de ser curioso, solían ser carniceros); siempre debían estar tres al mismo tiempo, y tenían la misión de observar día y noche al ayunador para evitar que, por cualquier recóndito método, pudiera tomar alimento. Pero esto era sólo una formalidad introducida para tranquilidad de las masas, pues los iniciados sabían muy bien que el ayunador, durante el tiempo del ayuno, en ninguna circunstancia, ni aun a la fuerza, tomaría la más mínima porción de alimento; el honor de su profesión se lo prohibía.
A la verdad, no todos los vigilantes eran capaces de comprender tal cosa; muchas veces había grupos de vigilantes nocturnos que ejercían su vigilancia muy débilmente, se juntaban adrede en cualquier rincón y allí se sumían en los lances de un juego de cartas con la manifiesta intención de otorgar al ayunador un pequeño respiro, durante el cual, a su modo de ver, podría sacar secretas provisiones, no se sabía de dónde. Nada atormentaba tanto al ayunador como tales vigilantes; lo atribulaban; le hacían espantosamente difícil su ayuno. A veces, sobreponíase a su debilidad y cantaba durante todo el tiempo que duraba aquella guardia, mientras le quedase aliento, para mostrar a aquellas gentes la injusticia de sus sospechas. Pero de poco le servía, porque entonces se admiraban de su habilidad que hasta le permitía comer mientras cantaba.
Muy preferibles eran, para él, los vigilantes que se pegaban a las rejas, y que, no contentándose con la turbia iluminación nocturna de la sala, le lanzaban a cada momento el rayo de las lámparas eléctricas de bolsillo que ponía a su disposición el empresario. La luz cruda no lo molestaba; en general no llegaba a dormir, pero quedar traspuesto un poco podía hacerlo con cualquier luz, a cualquier hora y hasta con la sala llena de una estrepitosa muchedumbre. Estaba siempre dispuesto a pasar toda la noche en vela con tales vigilantes; estaba dispuesto a bromear con ellos, a contarles historias de su vida vagabunda y a oír, en cambio, las suyas, sólo para mantenerse despierto, para poder mostrarles de nuevo que no tenía en la jaula nada comestible y que soportaba el hambre como no podría hacerlo ninguno de ellos. Pero cuando se sentía más dichoso era al llegar la mañana, y por su cuenta les era servido a los vigilantes un abundante desayuno, sobre el cual se arrojaban con el apetito de hombres robustos que han pasado una noche de trabajosa vigilia. Cierto que no faltaban gentes que quisieran ver en este desayuno un grosero soborno de los vigilantes, pero la cosa seguía haciéndose, y si se les preguntaba si querían tomar a su cargo, sin desayuno, la guardia nocturna, no renunciaban a él, pero conservaban siempre sus sospechas.
Pero éstas pertenecían ya a las sospechas inherentes a la profesión del ayunador. Nadie estaba en situación de poder pasar, ininterrumpidamente, días y noches como vigilante junto al ayunador; nadie, por tanto, podía saber por experiencia propia si realmente había ayunado sin interrupción y sin falta; sólo el ayunador podía saberlo, ya que él era, al mismo tiempo, un espectador de su hambre completamente satisfecho. Aunque, por otro motivo, tampoco lo estaba nunca. Acaso no era el ayuno la causa de su enflaquecimiento, tan atroz que muchos, con gran pena suya, tenían que abstenerse de frecuentar las exhibiciones por no poder sufrir su vista; tal vez su esquelética delgadez procedía de su descontento consigo mismo. Sólo él sabía -sólo él y ninguno de sus adeptos- qué fácil cosa era el suyo. Era la cosa más fácil del mundo. Verdad que no lo ocultaba, pero no le creían; en el caso más favorable, lo tomaban por modesto, pero, en general, lo juzgaban un reclamista, o un vil farsante para quien el ayuno era cosa fácil porque sabía la manera de hacerlo fácil y que tenía, además, el cinismo de dejarlo entrever. Había de aguantar todo esto, y, en el curso de los años, ya se había acostumbrado a ello; pero, en su interior, siempre le recomía este descontento y ni una sola vez, al fin de su ayuno -esta justicia había que hacérsela-, había abandonado su jaula voluntariamente.
El empresario había fijado cuarenta días como el plazo máximo de ayuno, más allá del cual no le permitía ayunar ni siquiera en las capitales de primer orden. Y no dejaba de tener sus buenas razones para ello. Según le había enseñado su experiencia, durante cuarenta días, valiéndose de toda suerte de anuncios que fueran concentrando el interés, podía quizá aguijonearse progresivamente la curiosidad de un pueblo; mas pasado este plazo, el público se negaba a visitarle, disminuía el crédito de que gozaba el artista del hambre. Claro que en este punto podían observarse pequeñas diferencias según las ciudades y las naciones; pero, por regla general, los cuarenta días eran el período de ayuno más dilatado posible. Por esta razón, a los cuarenta días era abierta la puerta de la jaula, ornada con una guirnalda de flores; un público entusiasmado llenaba el anfiteatro; sonaban los acordes de una banda militar, dos médicos entraban en la jaula para medir al ayunador, según normas científicas, y el resultado de la medición se anunciaba a la sala por medio de un altavoz; por último, dos señoritas, felices de haber sido elegidas para desempeñar aquel papel mediante sorteo, llegaban a la jaula y pretendían sacar de ella al ayunador y hacerle bajar un par de peldaños para conducirle ante una mesilla en la que estaba servida una comidita de enfermo cuidadosamente escogida. Y en este momento, el ayunador siempre se resistía.
Cierto que colocaba voluntariamente sus huesudos brazos en las manos que las dos damas, inclinadas sobre él, le tendían dispuestas a auxiliarle, pero no quería levantarse. ¿Por qué suspender el ayuno precisamente entonces, a los cuarenta días? Podía resistir aún mucho tiempo más, un tiempo ilimitado; ¿por qué cesar entonces, cuando estaba en lo mejor del ayuno? ¿Por qué arrebatarle la gloria de seguir ayunando, y no sólo la de llegar a ser el mayor ayunador de todos los tiempos, cosa que probablemente ya lo era, sino también la de sobrepujarse a sí mismo hasta lo inconcebible, pues no sentía límite alguno a su capacidad de ayunar? ¿Por qué aquella gente que fingía admirarlo tenía tan poca paciencia con él? Si aún podía seguir ayunando, ¿por qué no querían permitírselo? Además, estaba cansado, se hallaba muy a gusto tendido en la paja, y ahora tenía que ponerse en pie cuan largo era, y acercarse a una comida, cuando con sólo pensar en ella sentía náuseas que contenía difícilmente por respeto a las damas. Y alzaba la vista para mirar los ojos de las señoritas, en apariencia tan amables, en realidad tan crueles, y movía después negativamente, sobre su débil cuello, la cabeza, que le pesaba como si fuese de plomo. Pero entonces ocurría lo de siempre; ocurría que se acercaba el empresario silenciosamente -con la música no se podía hablar-, alzaba los brazos sobre el ayunador, como si invitara al cielo a contemplar el estado en que se encontraba, sobre el montón de paja, aquel mártir digno de compasión, cosa que el pobre hombre, aunque en otro sentido, lo era; agarraba al ayunador por la sutil cintura, tomando al hacerlo exageradas precauciones, como si quisiera hacer creer que tenía entre las manos algo tan quebradizo como el vidrio; y, no sin darle una disimulada sacudida, en forma que al ayunador, sin poderlo remediar, se le iban a un lado y otro las piernas y el tronco, se lo entregaba a las damas, que se habían puesto entretanto mortalmente pálidas.
Entonces el ayunador sufría todos sus males: la cabeza le caía sobre el pecho, como si le diera vueltas, y, sin saber cómo, hubiera quedado en aquella postura; el cuerpo estaba como vacío; las piernas, en su afán de mantenerse en pie, apretaban sus rodillas una contra otra; los pies rascaban el suelo como si no fuera el verdadero y buscaran a éste bajo aquél; y todo el peso del cuerpo, por lo demás muy leve, caía sobre una de las damas, la cual, buscando auxilio, con cortado aliento -jamás se hubiera imaginado de este modo aquella misión honorífica-, alargaba todo lo posible su cuello para librar siquiera su rostro del contacto con el ayunador. Pero después, como no lo lograba, y su compañera, más feliz que ella, no venía en su ayuda, sino que se limitaba a llevar entre las suyas, temblorosas, el pequeño haz de huesos de la mano del ayunador, la portadora, en medio de las divertidas carcajadas de toda la sala, rompía a llorar y tenía que ser librada de su carga por un criado, de largo tiempo atrás preparado para ello.
Después venía la comida, en la cual el empresario, en el semisueño del desenjaulado, más parecido a un desmayo que a un sueño, le hacía tragar alguna cosa, en medio de una divertida charla con que apartaba la atención de los espectadores del estado en que se hallaba el ayunador. Después venía un brindis dirigido al público, que el empresario fingía dictado por el ayunador; la orquesta recalcaba todo con un gran trompeteo, marchábase el público y nadie quedaba descontento de lo que había visto, nadie, salvo el ayunador, el artista del hambre; nadie, excepto él.
Vivió así muchos años, cortados por periódicos descansos, respetado por el mundo, en una situación de aparente esplendor; mas, no obstante, casi siempre estaba de un humor melancólico, que se acentuaba cada vez más, ya que no había nadie que supiera tomarlo en serio. ¿ Con qué, además, podrían consolarle? ¿Qué más podía apetecer? Y si alguna vez surgía alguien, de piadoso ánimo, que lo compadecía y quería hacerle comprender que, probablemente, su tristeza procedía del hambre, bien podía ocurrir, sobre todo si estaba ya muy avanzado el ayuno, que el ayunador le respondiera con una explosión de furia, y, con espanto de todos, comenzaba a sacudir como una fiera los hierros de la jaula. Mas para tales cosas tenía el empresario un castigo que le gustaba emplear. Disculpaba al ayunador ante el congregado público; añadía que sólo la irritabilidad provocada por el hambre, irritabilidad incomprensible en hombres bien alimentados, podía hacer disculpable la conducta del ayunador. Después, tratando de este tema, para explicarlo pasaba a rebatir la afirmación del ayunador de que le era posible ayunar mucho más tiempo del que ayunaba; alababa la noble ambición, la buena voluntad, el gran olvido de sí mismo, que claramente se revelaban en esta afirmación; pero en seguida procuraba echarla abajo sólo con mostrar unas fotografías, que eran vendidas al mismo tiempo, pues en el retrato se veía al ayunador en la cama, casi muerto de inanición, a los cuarenta días de su ayuno. Todo esto lo sabía muy bien el ayunador, pero era cada vez más intolerable para él aquella enervante deformación de la verdad. ¡Presentábase allí como causa lo que sólo era consecuencia de la precoz terminación del ayuno! Era imposible luchar contra aquella incomprensión, contra aquel universo de estulticia. Lleno de buena fe, escuchaba ansiosamente desde su reja las palabras del empresario; pero al aparecer las fotografías, soltábase siempre de la reja, y, sollozando, volvía a dejarse caer en la paja. El ya calmado público podía acercarse otra vez a la jaula y examinarlo a su sabor.
Unos años más tarde, si los testigos de tales escenas volvían a acordarse de ellas, notaban que se habían hecho incomprensibles hasta para ellos mismos. Es que mientras tanto se había operado el famoso cambio; sobrevino casi de repente; debía haber razones profundas para ello; pero ¿quién es capaz de hallarlas?
El caso es que cierto día, el tan mimado artista del hambre se vio abandonado por la muchedumbre ansiosa de diversiones, que prefería otros espectáculos. El empresario recorrió otra vez con él media Europa, para ver si en algún sitio hallarían aún el antiguo interés. Todo en vano: como por obra de un pacto, había nacido al mismo tiempo, en todas partes, una repulsión hacia el espectáculo del hambre. Claro que, en realidad, este fenómeno no podía haberse dado así, de repente, y, meditabundos y compungidos, recordaban ahora muchas cosas que en el tiempo de la embriaguez del triunfo no habían considerado suficientemente, presagios no atendidos como merecían serlo. Pero ahora era demasiado tarde para intentar algo en contra. Cierto que era indudable que alguna vez volvería a presentarse la época de los ayunadores; pero para los ahora vivientes, eso no era consuelo. ¿Qué debía hacer, pues, el ayunador? Aquel que había sido aclamado por las multitudes, no podía mostrarse en barracas por las ferias rurales; y para adoptar otro oficio, no sólo era el ayunador demasiado viejo, sino que estaba fanáticamente enamorado del hambre. Por tanto, se despidió del empresario, compañero de una carrera incomparable, y se hizo contratar en un gran circo, sin examinar siquiera las condiciones del contrato.
Un gran circo, con su infinidad de hombres, animales y aparatos que sin cesar se sustituyen y se complementan unos a otros, puede, en cualquier momento, utilizar a cualquier artista, aunque sea a un ayunador, si sus pretensiones son modestas, naturalmente. Además, en este caso especial, no era sólo el mismo ayunador quien era contratado, sino su antiguo y famoso nombre; y ni siquiera se podía decir, dada la singularidad de su arte, que, como al crecer la edad mengua la capacidad, un artista veterano, que ya no está en la cumbre de su poder, trata de refugiarse en un tranquilo puesto de circo; al contrario, el ayunador aseguraba, y era plenamente creíble, que lo mismo podía ayunar entonces que antes, y hasta aseguraba que si lo dejaban hacer su voluntad, cosa que al momento le prometieron, sería aquella la vez en que había de llenar al mundo de justa admiración; afirmación que provocaba una sonrisa en las gentes del oficio, que conocían el espíritu de los tiempos, del cual, en su entusiasmo, habíase olvidado el ayunador.
Mas, allá en su fondo, el ayunador no dejó de hacerse cargo de las circunstancias, y aceptó sin dificultad que no fuera colocada su jaula en el centro de la pista, como número sobresaliente, sino que se la dejara fuera, cerca de las cuadras, sitio, por lo demás, bastante concurrido. Grandes carteles, de colores chillones, rodeaban la jaula y anunciaban lo que había que admirar en ella. En los intermedios del espectáculo, cuando el público se dirigía hacia las cuadras para ver los animales, era casi inevitable que pasaran por delante del ayunador y se detuvieran allí un momento; acaso habrían permanecido más tiempo junto a él si no hicieran imposible una contemplación más larga y tranquila los empujones de los que venían detrás por el estrecho corredor, y que no comprendían que se hiciera aquella parada en el camino de las interesantes cuadras.
Por este motivo, el ayunador temía aquella hora de visitas, que, por otra parte, anhelaba como el objeto de su vida. En los primeros tiempos apenas había tenido paciencia para esperar el momento del intermedio; había contemplado, con entusiasmo, la muchedumbre que se extendía y venia hacia él, hasta que muy pronto -ni la más obstinada y casi consciente voluntad de engañarse a sí mismo se salvaba de aquella experiencia- tuvo que convencerse de que la mayor parte de aquella gente, sin excepción, no traía otro propósito que el de visitar las cuadras. Y siempre era lo mejor el ver aquella masa, así, desde lejos. Porque cuando llegaban junto a su jaula, en seguida lo aturdían los gritos e insultos de los dos partidos que inmediatamente se formaban: el de los que querían verlo cómodamente (y bien pronto llegó a ser este bando el que más apenaba al ayunador, porque se paraban, no porque les interesara lo que tenían ante los ojos, sino por llevar la contraria y fastidiar a los otros) y el de los que sólo apetecían llegar lo antes posible a las cuadras. Una vez que había pasado el gran tropel, venían los rezagados, y también éstos, en vez de quedarse mirándolo cuanto tiempo les apeteciera, pues ya era cosa no impedida por nadie, pasaban de prisa, a paso largo, apenas concediéndole una mirada de reojo, para llegar con tiempo de ver los animales. Y era caso insólito el que viniera un padre de familia con sus hijos, mostrando con el dedo al ayunador y explicando extensamente de qué se trataba, y hablara de tiempos pasados, cuando había estado él en una exhibición análoga, pero incomparablemente más lucida que aquélla; y entonces los niños, que, a causa de su insuficiente preparación escolar y general -¿qué sabían ellos lo que era ayunar?-, seguían sin comprender lo que contemplaban, tenían un brillo en sus inquisidores ojos, en que se traslucían futuros tiempos más piadosos. Quizá estarían un poco mejor las cosas -decíase a veces el ayunador- si el lugar de la exhibición no se hallase tan cerca de las cuadras. Entonces les habría sido más fácil a las gentes elegir lo que prefirieran; aparte de que le molestaban mucho y acababan por deprimir sus fuerzas las emanaciones de las cuadras, la nocturna inquietud de los animales, el paso por delante de su jaula de los sangrientos trozos de carne con que alimentaban a los animales de presa, y los rugidos y gritos de éstos durante su comida. Pero no se atrevía a decirlo a la Dirección, pues, si bien lo pensaba, siempre tenía que agradecer a los animales la muchedumbre de visitantes que pasaban ante él, entre los cuales, de cuando en cuando, bien se podía encontrar alguno que viniera especialmente a verle. Quién sabe en qué rincón lo meterían, si al decir algo les recordaba que aún vivía y les hacía ver, en resumidas cuentas, que no venía a ser más que un estorbo en el camino de las cuadras.
Un pequeño estorbo en todo caso, un estorbo que cada vez se hacía más diminuto. Las gentes se iban acostumbrando a la rara manía de pretender llamar la atención como ayunador en los tiempos actuales, y adquirido este hábito, quedó ya pronunciada la sentencia de muerte del ayunador. Podía ayunar cuanto quisiera, y así lo hacía. Pero nada podía ya salvarle; la gente pasaba por su lado sin verle. ¿Y si intentara explicarle a alguien el arte del ayuno? A quien no lo siente, no es posible hacérselo comprender.
Los más hermosos rótulos llegaron a ponerse sucios e ilegibles, fueron arrancados, y a nadie se le ocurrió renovarlos. La tablilla con el número de los días transcurridos desde que había comenzado el ayuno, que en los primeros tiempos era cuidadosamente mudada todos los días, hacía ya mucho tiempo que era la misma, pues al cabo de algunas semanas este pequeño trabajo habíase hecho desagradable para el personal; y de este modo, cierto que el ayunador continuó ayunando, como siempre había anhelado, y que lo hacía sin molestia, tal como en otro tiempo lo había anunciado; pero nadie contaba ya el tiempo que pasaba; nadie, ni siquiera el mismo ayunador, sabía qué número de días de ayuno llevaba alcanzados, y su corazón sé llenaba de melancolía. Y así, cierta vez, durante aquel tiempo, en que un ocioso se detuvo ante su jaula y se rió del viejo número de días consignado en la tablilla, pareciéndole imposible, y habló de engañifa y de estafa, fue ésta la más estúpida mentira que pudieron inventar la indiferencia y la malicia innata, pues no era el ayunador quien engañaba: él trabajaba honradamente, pero era el mundo quien se engañaba en cuanto a sus merecimientos.
*
Volvieron a pasar muchos días, pero llegó uno en que también aquello tuvo su fin. Cierta vez, un inspector se fijó en la jaula y preguntó a los criados por qué dejaban sin aprovechar aquella jaula tan utilizable que sólo contenía un podrido montón de paja. Todos lo ignoraban, hasta que, por fin, uno, al ver la tablilla del número de días, se acordó del ayunador. Removieron con horcas la paja, y en medio de ella hallaron al ayunador.
-¿Ayunas todavía? -preguntole el inspector-. ¿Cuándo vas a cesar de una vez?
-Perdónenme todos -musitó el ayunador, pero sólo lo comprendió el inspector, que tenía el oído pegado a la reja.
-Sin duda -dijo el inspector, poniéndose el índice en la sien para indicar con ello al personal el estado mental del ayunador-, todos te perdonamos.
-Había deseado toda la vida que admiraran mi resistencia al hambre -dijo el ayunador.
-Y la admiramos -repúsole el inspector.
-Pero no deberían admirarla -dijo el ayunador.
-Bueno, pues entonces no la admiraremos -dijo el inspector-; pero ¿por qué no debemos admirarte?
-Porque me es forzoso ayunar, no puedo evitarlo -dijo el ayunador.
-Eso ya se ve -dijo el inspector-; pero ¿ por qué no puedes evitarlo?
-Porque -dijo el artista del hambre levantando un poco la cabeza y hablando en la misma oreja del inspector para que no se perdieran sus palabras, con labios alargados como si fuera a dar un beso-, porque no pude encontrar comida que me gustara. Si la hubiera encontrado, puedes creerlo, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y como todos.
Estas fueron sus últimas palabras, pero todavía, en sus ojos quebrados, mostrábase la firme convicción, aunque ya no orgullosa, de que seguiría ayunando.
-¡Limpien aquí! -ordenó el inspector, y enterraron al ayunador junto con la paja. Mas en la jaula pusieron una pantera joven. Era un gran placer, hasta para el más obtuso de sentidos, ver en aquella jaula, tanto tiempo vacía, la hermosa fiera que se revolcaba y daba saltos. Nada le faltaba. La comida que le gustaba traíansela sin largas cavilaciones sus guardianes. Ni siquiera parecía añorar la libertad. Aquel noble cuerpo, provisto de todo lo necesario para desgarrar lo que se le pusiera por delante, parecía llevar consigo la propia libertad; parecía estar escondida en cualquier rincón de su dentadura. Y la alegría de vivir brotaba con tan fuerte ardor de sus fauces, que no les era fácil a los espectadores poder hacerle frente. Pero se sobreponían a su temor, se apretaban contra la jaula y en modo alguno querían apartarse de allí.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Diario de alguien [7]

Pétalos.


Llegó la navidad, mi familia se asombra por ver la delgadez que no veían en mí el año pasado. La navidad pasó, y entre ayunos compensadores, vómitos y laxantes, no he subido ningún kilo. Es más, creo que ya bajé a 45.
Ahora podré ir a casa de mi amiga, después de casi 4 años de no verle. Es decir, no aceptaba sus invitaciones porque supongo que muy en le fondo me daba mucha vergüenza que viese como me he puesto, tan horrenda.

Llegué a su casa y la puerta se abrió. Era la misma de siempre, aunque quizá un poco más flaca y con más ojeras, su cara se veía ya un poco menos inocente, pero sus ojos verdes tenían aún un bonito destello. Sus dientes aún eran blancos y derechos, ¡aún estaban completos! O al menos eso parece. Pensé que a estas alturas, ya se había dañado su blanca sonrisa.
Sonreía, estaba feliz de verme, y su actitud igual que siempre, alegre, extrovertida. Jessica y yo platicamos un buen rato, y enseguida me dijo que tenía una sorpresa para mí. Se levantó y sacó de un cajón una bolsita llena de cristales, transparentes, casi picados. Notó la expresión de discordia en mi rostro y me preguntó, extrañada:

-¿Por qué pones esa cara? ¿Ya no te gusta?
-Claro que me gusta. Pero, tiene años que no lo pruebo. Me rehabilité.
-¿Cóm... TÚ?!-  Respiró y volvió a hablar de nuevo - Bueno, debes creer que soy una bestia, jajajá, qué estoy pensando, pues entonces no lo fumaremos... pero eran para ti, así que entonces, puedes quedártelos y venderlos si quieres.
-Bueno, lo pensé un poco y un poco no hará daño a nadie, después de todo ya llevo limpia un buen rato-
Jess esbozó una sonrisa y empezó felizmente a picar el cristal hasta que quedara casi como azúcar.
Mi nariz volvió a sentir ese terrible ardor placentero, Esnifada punzante. Jess y yo estuvimos todo el día hasta acabar tres gramos, entre besos y otras cosas.

Después de ese día, ella y yo empezamos a relacionarnos muchísimo más que hace años. Entramos a clases de Taekwondo y nos veíamos diario, aunque a veces no tomábamos clases. Siempre estábamos juntas e íbamos a todo tipo de fiestas.

Siempre me atrajeron las mujeres. Y no cualquier mujer, si no mujeres como las chicas que provocan mi admiración. Me refiero a admirar sus lindos cuerpos delgados, con curvas provocativas de forma delicada, sus pieles tersas, claras, para notar sus venas y porque son las de tez clara quienes generalmente poseen labios rosa carmín. Cuestión de gustos, no de prejuicios. Los ojos deben ser muy expresivos, no importa lo que expresen. Su personalidad, de igual manera tiene que ser atrayente, misteriosa, todas aquellas personas que me enseñan algo nuevo, todas las que me hacen saber más historias, todas las que me hacen descubrir cosas en mí misma, esas personalidades son las que más me cautivan. Así sea hombre, o mujer, pero en este caso que hablamos de mujeres, que hablamos de Jessica, puedo decir completamente convencida que, definitivamente no soy homosexual. Me gusta besar unos labios de mujer, por la simple suavidad, la textura probablemente es un poco diferente al igual que el tamaño, pero a pesar de que no se siente mal, no es tan bueno como el beso de un hombre que te gusta. Es agradable, pero no despierta en mi demasiado deseo. Tal vez la atracción hacia el sexo femenino, era mi simple admiración y mi constante afán de experimentar cosas nuevas y diferentes, no hay por qué negarse a sensaciones placenteras para uno mismo, a ninguna, sobre todo cuando se es tan infeliz.
Y Jess llenaba los puntos, pues era hermosa a mi parecer, era delgada, sus ojos redondos, que le daban a su cara una apariencia de muñeca de porcelana, sus ojos siempre parecían trasmitir diversión. La mirabas a los ojos y sabías que hablar con ella te iba a hacer pasar un rato alegre.
Su personalidad, sin miedo a nada, indiferente a todo, al igual que yo en algunas cosas, solo deseosa de satisfacerse a sí misma sin importar hacerse daño o arriesgarse, ella solo era feliz en el momento, aunque quizá después al final estaba muy vacía. Tal vez eso siempre lo pensé, y puede ser que ese era su misterio. Personalidades misteriosas, si.

Yo jamás comenté eso a nadie ni ella tampoco lo hizo, al menos eso creo. No por pena, si no porque no era nada oficial, no era nada que cambiara nuestras vidas, no había por qué anunciarlo.
Ella tenía a Armando y yo tenía a Daniel y fin de la historia. Volví a fallar y me volví a salir de mi casa para vivir 10 días con Jess y de ahí me fui con mis abuelos. Ellos nunca estaban y vivían lejos, en las orillas de la ciudad, podía faltar noches y noches poniendo la distancia y la noche peligrosa como pretexto. Entre Daniel y Jess pasaba los días. Desde temprano me iba a mis clases de idiomas y por la tarde me la pasaba todo el día entregada al vicio. A veces dejaba de ir a la escuela. Cristal, cristal, mucho cristal. Por deseos de mi madre volví a casa y seguía en lo mío. En mi casa, encerrada en mi cuarto, por la noche tenía largas jornadas inhalando cristal. Tanto, que mi pobre nariz no paraba de sangrar, a lado mío había una gran montaña de papel higiénico lleno de sangre. Perdí peso de nuevo, otra vez flaca. Cierto fin de semana, iríamos a la fiesta de campo de uno de los amigos acaudalados de Jess, quienes habían organizado una reunión en una casa -cabaña con amplio terreno y piscinas.
No había mucha gente, quizá eran 20. Armando, Jess, yo y otro amigo nuestro, llamado Julio, nos fuimos a la fiesta.

En la madrugada, mi cuerpo ya estaba tenso de tantos escalofríos por el hormigueo que la droga me hacía sentir, tantos cosquilleos recorriendo mi cuerpo de pies a cabeza, me tenían con los músculos pasmados. Me dio miedo volver a quedar inmóvil como hace unos años, y cada fumada que le daba a la pipa del cristal tapaba mi garganta como si me hubiese tragado una lija. El asco que me causaba mi revuelto estómago era a penas aguantable. La amargura de la cocaína me seguía bajando copiosamente desde mi nariz a mi garganta. No sentía la boca, solo amargura y un saborcillo a vinagre, mi nariz parecía de esponja. Intenté inducirme el vómito y no pude. Yo, una experta, no pude vomitar ni si quiera la cerveza que tomé para aliviar las náuseas, solo salía más líquido amargo, producto de la mezcla de narcóticos y ácidos estomacales. Cuando salí del baño, el desagradable novio de Jessica la reprendía en un rincón, mientras ella tenía su mano en la mejilla, como sobándose una bofetada. Mi cerebro tuvo mil ideas, pero antes de que eligiera alguna, Armando ya le había soltado y se metió a la casa. Jess estaba muy drogada. Me suplicó meternos a la piscina con los demás, y nos metimos. Ahí nos seguimos drogando y la paranoia y el miedo de salir de la maldita piscina me tenían inmóvil, incapaz de sacar medio cuerpo de la piscina, por alguna razón. Entonces ella se salió sin mí y se fue con dos hombres, y regresó poco después, después de haber tenido sexo con ellos, supongo. Mi mal viaje en ese entonces había pasado, y Jess y yo volvimos a la salita al aire libre donde había unas 15 personas. Armando había desaparecido. Jess siguió picando más droga en la mesa y no paraba de consumir, ya se veía totalmente dopada. Yo seguía asqueada y de nuevo fui al baño. Cuando salí, tuve que presenciar una escena que me dejó un poco perturbada, estaba Jess desnuda subida a la mesa, metiéndose múltiples cristales por el ano, y permitiendo que los chicos a su alrededor también le introdujeran algunos.
Cuando me percaté de las oscuras intenciones que tenían los hombres de su público, decidí intervenir y le susurré al oído que quería que me acompañara al baño, y le hice creer que le estaba seduciendo. Me la llevé, y ella haría todo lo que yo le pidiera, iría a donde yo le dijera, entonces fuimos a su auto. Vi que el auto estaba ya ocupado, Jess no sabía nada, ella estaba dopada y tirada al suelo, jugando con la tierra y revolcándose como una víbora. Entonces, no me impresioné mucho que digamos, pero allí estaba Armando semidesnudo y encima de una chica desconocida. Le supliqué que bajara, y lo hizo, no sin antes exigirme dinero. Pasó de la mano con la desconocida, justo a lado de Jess tirada en el suelo, desnuda, sin prestar si quiera atención a la semejante vileza que su novio le restregaba en cara. La subí al auto, y ella de verdad creyó que tenía intenciones de seducirla, así que sabía que no me dejaría conducir hasta su casa si no le daba algo que le calmara o entretuviera. Para empezar, saqué hierba y una sábana y le pedí que hiciera un cigarro de marihuana.
Esto le llevo tiempo, y fumarlo hizo que se relajara un poco. A ella le dí a beber dos cervezas. Fumamos tres porros y medio en el camino, hasta que yo ya me sentía somnolienta y ella acababa de vomitar por el mareo de la cerveza y la cantidad de hierba, y ahora estaba con los ojos cerrados y en reposo, No reaccionaba. Cuando llegamos a su departamento, la tuve que subir a rastras al segundo piso, cargando la metí a la ducha y la bañé con agua fría hasta que despertó, bebió una taza de leche, un poquito de agua, se fumo unos cuantos cigarrillos, se tomó más cervezas, le preparé otro porro y otro y otro, fumamos hasta que se quedó dormida. Al mirar su rostro mientras dormía, noté que mi admiración se había ido. Ahora sentía un sentimiento extraño. Pensé que quizá era ternura por lo que le sucedía. Luego entendí que solo era lástima, pura lástima, el misterio se fue, descubrí su interior, ya no hay misterio y la parte de la personalidad se fue. Ahora sentía, solo pena por ella. Pero bueno, me recosté a su lado y también concilié el sueño.

Desperté por sus manoseos, ella no recordaba ya casi nada de ayer, al menos no de lo peor, entonces no entendió por qué ahora no quería tenerle cerca. Al ver que se aproximaba, me alejaba, porque sentía repulsión y un sentimiento que ya la había convertido en una mujer ordinaria y sin gracia, que ya no reunía todos los requisitos para agradarme. Así que ella no supo interpretar mi actitud distante y fría,

-¿Estás enojada? ¿Acaso hice algo malo ayer? Dímelo, porque no recuerdo nada.
-Nada, a mí no me has hecho nada. - Respondí, asegurándole a los ojos.
-Pues estás rara, pareces seria conmigo, ¿cómo estuvo ayer?

Me quedé callada, no sabía que decir.
-No sé, debiste haberlo vivido tú para saberlo.
-¿Por qué te arreglas? ¿Ya te vas? ¿No veríamos películas? Compramos mucha hierba.
-Perdóname, no recordaba que hoy tenía cierto compromiso, olvidé avisarte.

Estaba mirándome al espejo, sin voltearla a ver, hasta que sus sollozos me hicieron volverme.

-¿Y ahora, qué te pasa?- Le pregunté.
-ARMANDO. Armando me golpeó ayer, de nuevo. Me quiso dejar, me golpeó por celos.-

Le aconsejé que lo dejara, ya que yo también lo había visto golpearla. Las preguntas de Jess por averiguar los detalles de la noche, me hostigaron demasiado. Así que le conté todo lo que hizo, que tuvo relaciones con desconocidos, que todos le metieron cristales por el ano, que su novio la engañó en su auto, y que ya todos conocían su anatomía a la perfección. La vi llorar y manifestó que no podía parar, y me abrazó, y lloró en mi hombro, y yo a pesar de tenerle lástima, no me conmoví y mi expresión seguía apática. Solo quería que me soltara. Cuando terminó, le dije que ya me iba.

-¿Te vas y me dejas en momentos difíciles?-
- Ya te dije que tengo ocupaciones.
-Olivia, no me hagas esto tú. ¡NO ME DEJES TÚ! Todos me dan la espalda y a nadie le intereso. Eres la única persona que me ha llenado mi vacío estos últimos meses. Si Armando me golpeó, fue porque estaba drogada y le confesé que te quería. Eres aún más especial que Armando.-
-Pues entonces es momento de frenar eso de ocupar un sitio especial en tu vida. No lo tomes tan a pecho, porque yo ni si quiera soy lesbiana. Lo hice todo por diversión y si la diversión acaba, ya no tiene caso hacerlo. Te aprecio como amiga, normal, con trato normal. Eso es lo único que puedo ofrecerte. - Le dije con sequedad.
-¡Nadie vale nada en mi vida! - Dijo Jessica, con furia, aventando su laptop y se destrozó en el suelo.
-Jess, lo siento, pero tienes un don para desaparecer en un segundo el cariño que los demás tenemos por tus virtudes. Adiós.

Y salí, sintiéndome satisfecha una vez afuera.