jueves, 30 de julio de 2015

La carta.

Me gusta cualquier lugar donde imagino que aparecerás espontáneamente, doblando alguna esquina.
Me gusta pensarte siempre que me lo permito y que dejo de temer al dolor.
Me encantaría escuchar ese tono de voz... tan agradable, dulce, melódico, hasta seductor, interesante.
Ese tono que queda perfecto para adornar todas esas acertadas palabras, donde increíblemente tu femenina y hermosa voz son capaces de ir de la mano con tus palabras, digas lo que digas, cuando expresas tu enojo, tus razones, tu filosofía, tu dolor, tu alegría y el placer de tus bromas, y tu música, cuando cantas, amo cuando cantas.
Podría pasarme todo el día hablando de ti, pero nadie podría entender tus maravillas en su totalidad, si no te han tenido como yo te he tenido, si no te conocen como te conozco.
Muy a pesar de que lo creas o no, nunca voy a olvidarte.
He tratado de buscar ese fulgor en algunos otros ojos, intento buscar unos tan hermosos, igual o más hermosos que los tuyos, he buscado tu chispa en muchos colores de ojos, en muchos tamaños y formas, en muchos rostros, y sin importar lo que sean, sin importar la mirada que tenga enfrente y cuán hermosa sea, prefiero ver ese par, expresivos, grandes y profundos, aquellos que siempre están hundidos en el cráter delicado de tus ojeras. Ante el sol, me has cautivado mirándome a los ojos, como el color de las nueces. Prefiero mirar la viveza de ellos con sus largas pestañas alrededor, vivaces que parece incluso que están alegres, aunque me consta que por dentro no tienes más luz que una cueva, que creo yo que te recuerdan que tienen vida, más vida aún que la tristeza y la fatiga que se ven de vez en cuando, están vivos, y quién sabría mejor lo que es vivir que quien le pesa la vida, ¿no lo crees?
Me he vuelto adicto, no a tus ojos solamente, si no a tu cara, a toda tu cara, cuando te veo concentrarte en algo y busco tu perfil para poder observar tu pequeña nariz. Es la nariz más perfecta que he visto tan cerca.
Podría escribirte no una carta, si no un libro, un libro completo donde podría hablar de ti desde el prólogo, hasta el final y aún me quedarían palabras para hacerte una trilogía.
Si pudiera nombrar tus atributos, o lo que más me gusta de ti, no podría resumirlo, porque me gusta todo y todo es muy importante, estoy enamorado incluso de tus defectos,los cuales haces que te queden bien y no me explico como logras hacer que a mis ojos, parezcan virtudes.
Me gusta incluso cuando actúas como si fueras feliz, pero más me encanta hacerte sonreír y sin poder evitarlo me contagia tu alegría, es la satisfacción de poder hacerte feliz a ti, mujer sombría, versátil, quien de un momento pasa de polo a polo, a quien si le mueves algún sentimiento, podrías hacerle explotar. ¡Parece que me encanta perder la paciencia! A veces eres tan tierna. A veces en tus manos se puede sentir el amor... y de tus labios tersos, carnosos y rosas de manera deliciosa, se puede percibir la ternura que aunque no digas nada que despida algún sonido de tus cuerdas vocales, aunque no digas nada te juro que se siente. Cuando tu sonríes y bromeas me haces sentir tan pleno, tan tranquilo, como si nada malo existiera en mi vida, todo se me olvida y siento que floto.
Es tan extraño. Y de un momento a otro, parece que estoy con el ser más indiferente y cruel. Que nunca va a enamorarse como yo de ella, porque ella es el humano y yo soy el juguete, el objeto, siempre quise que me observaras usar a los demás, porque muy a pesar de ser un objeto, quería ser tu objeto digno, no parecer tan utilizado, no parecer el entretenimiento de la bella niña que tiene mis hilos entre sus dedos y me trata como títere, que actúa como si me amara para confundirme y que siempre esté allí cuando me necesite. Y yo también tengo sentimientos, siempre los tuve, incluso mucho más que tú, monstruo, pero a mi nadie me mira, en mi nadie piensa, porque no tengo tu cerebro manipulador e innovador, yo no poseo esa inteligencia tan profunda y atrayente, llena de gracia, una inteligencia que no solo es capaz de devorar libros y mover un pincel con las manos de una manera precisa y creativa, que parece increíble que los trazos se hayan hecho en tu mente desde el principio. Por eso, yo siempre y para siempre soy y seré el estúpido. La hermosa bruja de la que me enamoré, puede hacerme ver como el peor incluso cuando ella se está equivocando.
Y estoy terriblemente enamorado, y digo terrible porque eso es lo que es, es horrible, es un infierno, porque ni si quiera me libero, porque tan solo con sacar un poco de tu, no sé si real o actuado juego de amor, me tienes de nuevo ahí, sobre todo y sobre todas, no importa a cuantas mujeres tenga que esquivar para encontrarme de nuevo con tu mirada y tu estrecha cintura, que cuando abrazo me llena de amor al percibir su tamaño y la fragilidad de tu cuerpo.
Te odio.
Ya no estoy encantado con tu belleza física ni solo fascinado por los hoyuelos de tus mejillas cuando sonríes, ahora encontré a una persona tan especial que me hizo quererla y aferrarme a cada una de sus características, y luego me desanimo y me desespero al saber y darme cuenta de que nadie cumpliría al pie de la letra con todas esas cosas que yo espero de una persona. Mi mujer ideal lleva tu nombre, lleva tu cara y lleva tu mente con todo y su veneno.
Para ti todo fue tan divertido, tan pasatiempo, tu me usas de pasatiempo mientras para mi si pasa el tiempo. A mi si me dolía cada fibra que tocabas en mi y cada palabra dulce que me robabas, ¡yo las tenía guardadas para otro momento! Para otra persona que las mereciera.
Debo de estar loco como para sentir cierta fascinación por tu desequilibrio mental.
A mi incluso me gusta sentir el relieve de tus cicatrices esparcidas en tu brazo. Me gustan porque son parte de tu tersa y clara piel luminosa y con ese olor a vainilla. Las acariciaba y con eso me convencía con que realmente eras sensible, porque esas cicatrices eran de dolor que has pasado, entonces suspiraba con calma con esa idea de creer que tenías sentimientos.
No sé como pude estar tanto tiempo cegado. Yo solo fui tu entretenimiento en lo que encontrabas algo bueno, incluso me dejabas en el olvido para probar suerte con otros pobres ilusos, quienes son incluso menos ilusos que yo, yo me llevo el premio por haber perdido tanto tiempo contigo.
Y tú para mí, eras la mujer que yo pedía y solo quería que te dieras cuenta, y seguía y seguiría a tus pies en lo que espero a que lo notes. Y si morimos sin que lo aceptes o lo sientas, no me importaría con tal de morir contigo, pero eso qué importa, al parecer tu puedes olvidar y no era yo tan importante, solo quizá muy divertido, ¿verdad? Esa es mi conclusión. Fui muy entretenido.
No quiero que seas feliz esta vez. Quiero que no te guste ninguna relación, porque siempre que eso pasa, regresas conmigo y eso para mi es una nueva oportunidad. No quiero que seas feliz, pero no quiero que regreses a mis brazos con nuevas cicatrices, como siempre ha sucedido. Cuando observo nuevas cicatrices, se me estruja el corazón y mi alma llora, quisiera poder curarlas, daría lo que fuera por demostrarte lo que no hice. Pero siempre llego tarde. Perdón por las que han estado en tu lugar en el lecho en tu ausencia, lo hago para olvidar. Y cuando las miro a la cara, no hay alguna que no repudie por el simple hecho de que no son tú. Te odio. O más bien, odio que no me ames. Sigue utilizándome como todos estos años, pero úsame, no quiero ser el objeto empolvado y abandonado, aunque ya me has roto y cada vez parezco estar más desgastado. Te amo.

Ojalá no tardes mucho.

Sin calorías.

Acabo de salir de la tienda de ropa, esbozando mi sonrisa más amplia. Me ha quedado grande la talla 22 y he tenido que comprar mis pantalones en el área de niñas. Mi mamá está molesta y me regaña por lo delgada que estoy, sin embargo yo no sé como disimular mi felicidad... Este es mi sueño, hecho realidad. Vestidos pequeños, blusas cortas y trajes de baño que puedo ponerme sin morir de la vergüenza. La gente comenta que soy flaca por todos lados, y yo, como siempre, ya no sé como disimular mi sonrisa. Parece que fue ayer cuando ilusa y desesperada, imaginaba estar dentro de un cuerpo notablemente delgado, sin embargo, hoy, parece que desperté del sueño y al abrir mis ojos, me he convertido (casi) en lo que siempre soñé. Cuando camino, mis muslos no se rozan, y me miro en el espejo con cierta felicidad; ya existe un agujero entre mis piernas, y al tocar mi abdomen se sienten mis huesos, mis clavículas se marcan y mi cara está chupada y demacrada. Mas no pienso parar de adelgazar. Basta con mirar unas cuantas fotos de chicas delgadísimas, basta con que en la calle me cruce con todos esos gurús de la delgadez, e inmediatamente, entiendo que no soy suficiente. Necesito más. Mi ánimo empieza a irse cuesta abajo, y al llegar a casa, he vuelto a mirarme al espejo y comprendo que ni si quiera mi propio cuerpo he podido moldear a mi antojo. Ni si quiera mi propio volumen puedo controlar, Mi vida es regida por cualquier cosa, menos por mí, mis deseos no son cumplidos, mi vida no es como debería ser. Desesperada, con las uñas rasguño mis brazos hasta sacarme sangre, porque las ganas de ir por la navaja son insoportables, sin embargo, eso tenía que parar. Golpeo mi cabeza con mis puños y termino ahogándome en mi llanto tratando de no hacer ruido. Ya no conozco el hambre. La comida parece quemarme por dentro y parece que quiere salir forzosamente y hace presión en mi garganta. No importa si es una fruta, una ensalada o café; Corro a vomitar. No sé como explicar lo que siento. Estoy feliz de ser delgada, pero vivo infeliz porque odio tener que comer. ¿Por qué tengo que hacer eso para no morir? Me encanta esa sensación de ser yo de las pocas personas que pueden vivir sin antojo, sin comida y sin grasa. Ser más fuerte que mis necesidades fisiológicas. Tener una etiqueta luminosa que me destaca de toda esa bola de glotones y obesos que me rodean. No me entiendo. Los coágulos de sangre salen cuando vomito, mi estómago me arde, mis riñones no me dejan si quiera moverme, tengo derrames en los ojos, los doctores me presionan y yo sé que soy una mierda que quiere morir, pero lo hago a mi estilo y estoy eligiendo mis propios métodos. No quiero ser tan presa del destino ni de la vida, ni de aquellas casualidades espantosas que nos pueden hacer morir presas de enfermedades que no son tan buenas y placenteras, como morir de delgadez. Siento que en la vida solo se puede ser feliz a medias, vivir a medias, ¿Qué mejor manera de estar medio muerta? Mato mi interior y mi cuerpo sigue vivo poco a poco, y entre mis sentimientos medio secos, aún existe un poco de luz cuando miro la báscula bajar. Mato mis emociones poco a poco a medida de que mi cuerpo también muere...
Y me doy cuenta, que incluso en el fondo del infierno, se puede ser un poco feliz.
Que aun con el rostro cubierto de lágrimas y llena de cicatrices, mi sonrisa puede contrastar toda esa miseria a medida de que paso mis dedos en el relieve de mis huesos salidos. 
Voy caminando hacia la tumba... ¿Caminando? O más bien, dando brincos de felicidad. 
Guiada por mi egoísmo, me he olvidado de que a mi alrededor hay gente que me quiere de verdad, pero basta con hacerme daño en medio de un ataque de cólera, para activar sus luces rojas y que todos, estén ahora ahí, tratando de salvarme de la entropía. 
No entienden que soy una enferma feliz, que se siente en contra del sistema, quien cree tener el control de su vida miserable, y a quien de su mente pueden escapar ideas bastante creativas que me ayudaban a hacer arte. Y si moría, podría haberlo hecho con una sonrisa. Sin embargo, mis impulsos me hacen hacer tonterías al punto de medio matarme, tanto que las personas se dan cuenta y no pueden evitar tenderme una mano; lógicamente, ellos no saben como ayudarme, pero para no quedarse con la culpa, han corrido con los psiquiatras, alarmados por mis cortes que han necesitado más de diez puntos de sutura. Es increíble que sea tan intolerante a la rabia, y cuando empiezo a sentirme demasiado furiosa, no puedo hacer más que satisfacer mi sed de violencia, y si no me es posible desquitarme con alguien más, cegada por el ímpetu de mi coraje y los fantasmas que por momentos se adueñan de mí, no puedo evitar atacarme. A veces, las voces gangosas y aturdidoras de mi cabeza, se escuchan cada vez más fuerte hasta que no puedo callarlas con nada, se mezclan con mi realidad, y empiezo no solo a oírlas, si no que también las huelo; es un olor putrefacto. Empiezo a sentirlos, parece que me tocan, en mis oídos puedo sentir la calidez de sus alientos, incluso, después ya puedo verlos; empiezan a meterse a los cuerpos de la gente a mi alrededor cuando ellos me hacen enojar, mi voz interior, Samuel, entra en sus cuerpos y puedo ver sus bocas articulando las palabras venenosas, aturdidoras y asquerosas de Samuel y el resto de sus amigos, y empiezo a odiarlos con todo mi ser. Lloro, grito, me golpeo, quiero escapar y no puedo. Me siento encerrada, pierdo la cabeza y me hago daño. Me estaban pisando los talones, me perseguían y me atacaban con todo lo que saben de mí.Cuando me doy cuenta de todo el show que armo, vuelvo en si y me arrepiento tanto, que incluso me siento capaz de cambiar, y con mis propios pies y de la mano de quien quiera ayudarme, me encuentro justo afuera del consultorio del psiquiatra  y vuelvo a estar a merced de el y de los medicamentos que me quiera recetar. De nuevo vuelvo a estar controlada por ellos, y a pesar de que empiezo a cambiar y los pensamientos negativos comienzan a abandonarme, me empiezo a sentir culpable por lo mucho que hago sufrir a mis seres queridos, y por ellos empiezo a seguir el tratamiento y empieza a limpiarse la mierda que tenía en la cabeza. Las voces ya solo las escucho en la noche, cuando me despiertan, pero ahora yo soy más fuerte y puedo ignorarlas sin perder la razón. Me vuelvo una persona con sentido común, pensamientos a futuro y un poco más de tolerancia, incluso con mi propio cuerpo. Al principio, me daba miedo comer porque sufría de espantosos dolores estomacales, pero poco a poco mi estómago volvió a acostumbrarse a la comida y la digestión, las medicinas logran que me sienta menos miserable y no lo suficientemente infeliz como para que decida dejar de comer por completo. Empiezo a llevar una vida cada vez más normal, y todo va bien hasta que me miro al espejo y descubro que poco a poco, el esfuerzo que hice y mis noches de tripas escandalosas se están yendo a la basura; el cuerpo tan delgado que tanto trabajo me costó obtener, ahora se rellena poco a poco sin ninguna consideración, así que desesperada y aterrada por volver a ser la misma gorda de antes, me hacen hacer ejercicio sin parar, y miro fotografías de mujeres con cuerpos bellos sin rozar la enfermedad, y trato de plantearme eso como meta y sacar de mi cabeza todos aquellos pensamientos y anhelos raros de querer ser una persona esquelética. A pesar de estar mejor, no puedo ni si quiera jactarme del mérito porque hay algo que me molesta y me dice que todo es gracias a las medicinas. Aunque quiera alegrarme de ser alguien diferente para bien, me entristece pensar que estoy perdiendo partes de mí, me esfumo por pedazos, y en el fondo no me odiaba tanto como para querer que mi espíritu se escapara poco a poco. 

miércoles, 29 de julio de 2015

Demasiado tarde.

Yo y mi eterna obsesión contigo. Dicen que existe el primer amor y le siguen los demás, pero yo, estúpida y anormal, no he podido dejar ir a mi primer amor. ¿Primero? Segundo, tercero, cuarto... Tantas veces has venido a remover mis sentimientos, mis dudas y mi corazón, que la verdad es que no solo fuiste mi amor una vez, lo fuiste toda la vida, al menos hasta hoy, que sigo pensándote, que sigo acordándome y que sigo hablándote. Yo y mi eterna obsesión contigo. 
Te vi por primera vez aquella tarde, esperándome en el centro comercial. No te conocía, ni tú a mí, al menos no en persona, pero sabíamos que nos habíamos caído bien. Y te vi, alto, con tu cabello un poco largo, y he ahí el momento en el que me encontré con mi fascinación que me llevo a la perdición de mi orgullo; el par de ojos verde como el pasto, enmarcados con largas y copiosas pestañas, aun más brillantes y aun con más historias que como se veían en tus fotografías. Te he escrito tanto y mis dedos te han dedicado tantas letras y tantas formas, que podrías ser la Gala de mi Dalí. Y tú, eres ese agraciado hombre guapo y despampanante, que además de todo posee una personalidad que me eriza la piel. ¿Por qué? Tal vez no he vivido enamorada, pero he vivido tan frustrada y con dudas punzantes que me avergüenzan y reprimen mi corazón orgulloso, que al temer no ser correspondido, se ha limitado a dudar, a suprimir y a sentir, a su vez que para no explotar, te concede textos y textos, dibujos y hasta música. 
Creo que si no hubiera sido por el contrafuerte de tu apatía y a veces amor que me hacían confundir, tal vez yo no sentiría nunca esta sensación de pertenecerte y de que me pertenezcas sin ni si quiera poseer un título esencial. Nos queremos sin poseernos, nos tomamos de las manos sin cerrarlas, nos encerramos sin puerta, nos retenemos sin ataduras. 
Te veo despabilado, pero al final sigues estando aquí, aunque nunca supe si era mi cara, mi cuerpo, el cuál tú siempre quisiste y gustaste de el sin importar cuanto pesara, o si fue mi actitud o mi persona, hasta que llegó el momento de separarnos para siempre. Ni el tiempo, ni las personas que pasaron por nuestro lecho nos hicieron perder la conexión en nuestras pieles, los sensores volvían a activarse piel a piel, más esperaba que pudieras oler en mi piel esa pizca de amor mezclada con mi constante melancolía y aquél toque de miedo, miedo de que entraras más a mi vida, o miedo atroz a que salieras de ella. 
Dejo que se me escape de las manos el calor de las tuyas, pero en cuanto empiezan a sentir frías, las vuelvo a buscar; y solo las tuyas, que tienen aquél equilibrio en el temperamento, el clima perfecto, no me siento encerrada ni sofocada, y sin embargo tampoco llegué a sentirme helada. 
Todo ese tiempo callé, deslumbrada por tus talentos y tu gracia, pero sin saber qué hacer en la oscuridad de tus defectos, que me envolvían a medida de que mi vida se mezclaba con la tuya. No te dije nada hasta el final, cuando el tiempo y la seguridad me hicieron libre; cuando lloraste al verme partir, cuando me expresaste todos y cada uno de tus sentimientos hacia mí, ese momento en el que me abriste los ojos y me mostraste la galería de dibujos y de más arte que había nacido inspirado en mí, ese momento en el que me mostraste todo lo que me escribiste, todo lo que hiciste para mí que estaba casi segura de que esos detalles no existían, y cuando tus amigos me rebelaron tus desvelos y borracheras añorando a nadie más que a mí, cuando tus labios se abrieron para decírmelo todo mientras tus ojos de luciérnaga se fijaban en mi mirada, me dí cuenta de que estaba ahí, todo lo que siempre quise obtener de ti; me querías más que a nadie, y yo siempre lo supe, pero mi desconfianza no me permitían aceptarlo, y cuando al fin me sentí inequívoca, también pude pronunciar algunas palabras que te demostraban cuánto me has importado todo este tiempo. Sin embargo, ya era el momento de decirnos adiós, y en ciudades diferentes, terminamos distanciados, limitándonos a escribir lo mucho que nos extrañamos y lamentándonos los dos, aquellos 7 años de amor a medias en el que quizá pudimos serlo todo, aunque quizá solo hubiera durado un momento. ¿Arrepentirnos por no haber dejado los rodeos atrás y entregarnos por completo, sin miedos? ¿O alegrarnos de que quizá la duda fue la que hizo que no pudiéramos abandonarnos jamás por aquél gusto extraño hacia lo desconocido? Tal vez ya no importe. 

jueves, 16 de julio de 2015

Adiós, hilo rojo.

Desde el principio supe que solo serías una mitad, eres media luna. Debo decirte que estoy muy vacía, para llenar todos mis espacios se necesita entregarme todo, pero tú y tus migajas al menos ocuparon un pequeño rincón. No fuiste un sol, pero si una luz. 
Quiero pensar que esta es la última vez que te escribo.
Debe ser la última vez.
¿Salud mental? Por supuesto que no, ya que en mi cabeza siempre te he puesto límites: Hay fibras que nunca llegaste a tocar. Pero siempre estuviste por ahí, casi rozándolas, pero yo no quitaba los ojos de ti y estaba lista para impedir que te acercaras a mi alma, porque el tiempo y el reflejo me hicieron conocerte poco a poco y entendí que no eras ese tipo de persona que sabe tratar los sentimientos que le entregan. Y yo, tan ególatra jamás hubiera permitido que te quedaras con una parte de mí sin que antes me entregaras buena parte de tu ser. Soy así. Y tú eres como eres. 
Para serte honesta, siempre quise entregarte más, pero tú siempre encontrabas la manera de quitarme las ganas con tus actos insensatos y desconsiderados. Observo en silencio tu forma de pisotear a los demás para obtener lo que quieres y me estremecí imaginando que me haces algo así a mí. Yo no soy ese lado de la moneda. Hubiera querido que las cosas fueran diferentes, hubiera querido decir adiós, pero con temor a que tú lo vieras como cualquier cosa, he decidido guardármelo todo y venir a escribirlo a solas, imaginando tu cara si leyeras este escrito destinado para ti. Ni si quiera me atrevo a mostrarte lo que pienso, porque me temo que te acomodé en mis peores conceptos y si pienso algo malo, me convenzo de que tratándose de ti puede ser doblemente terrible: Siempre me hiciste esperar lo peor, y al saber que eres un abúlico con todos a tu alrededor, decido no esperar que conmigo sea diferente, y vaya, un maestro en la mentira o si no mientes, al menos sabes que hay cosas que de ninguna manera debes decir; pareces descarado pero sin embargo siempre tienes bajo la manga secretos aún peores. Si leyeras esto puedo esperar que te importe, o puedo esperar que te rías del lugar que te doy, mientras tú tal vez ni si quiera te acuerdas de mí. Sin embargo, no puedo arrepentirme de los ratitos que pasamos, pero si de haber dejado que poco a poco y contra mi voluntad, te instalaras en un buen lugar en mi cabeza, de hecho las voces a veces no dejaban de hablarme de ti, por más que quería que se callasen, ¡Tu nombre muchas veces estuvo prohibido! Y que todas las palabras lindas que llegabas a decirme me dejaban un sabor agridulce; No sabía si alegrarme o ser indiferente porque todo podría ser mentira o una de esas cosas tan vacías e hipócritas que llegué a oírte decir un par de veces con algunas otras mujeres. Porque aunque no lo quiera y aunque no deba, nunca se me va a olvidar, porque quise usar tu cuerpo como objeto y sin querer me fui quedando con un poco de tu esencia y sin pretenderlo, te ganaste un pedazo de la poca consideración que me quedaba y del poco cariño que mi frío carácter me permite dar. Eres esa persona que me causaba un sentimiento extraño: No te quería a mi lado, pero tampoco te quería a lado de nadie más. Simplemente, me gusta que estés ahí. Un buen candidato para enamorarme, pero que raramente sabía de antemano que nada bueno me iba a traer. Es curioso, porque no fue ni por actos, ni por palabras, solo ser tú empezó a inquietar mis estables y ordenados no-sentimientos que tenía hacia ti. También me haces sentir una molesta sensación de equiparar con tu carácter y por eso supongo que eres igual de mentiroso e insensible que yo. Si, temo que el mundo esté infestado de gente como yo y me da miedo que tú seas uno de nosotros y yo termine como una tonta dejándome caer en una de esas series de engaños que yo conozco bien. ¿Ahora en qué se convirtió todo esto? En un par de sensaciones raras que nunca quise sentir porque tú, no mereces importarle a nadie. Mucho menos a mí. Te prometo que se me va a quitar, pero no te diré que voy a olvidarte, y me ayuda mucho que estemos a cientos de kilómetros. De nada por complacer tu ego escribiendo esto, aunque me quedo con la satisfacción de nunca haberte dado demasiado. 

lunes, 13 de julio de 2015

Magnesio.

El colmo del colmo.

Este fin de semana fue demasiado extraño, pero bonito de cierta manera. Acabo de llegar de un retiro espiritual para alcohólicos, estuve unos días. Después de algunos pasos, el terapeuta concluyó y me convenció de que tenía un gran problema en mi vida: Daniel.
Nunca pensé que conocerlo me dejara tan traumada, pero al parecer, así fue, por lo tanto, como parte de mi recuperación, he ''terminado'' con el para siempre. Al llegar del retiro, abrí mi Facebook y tenía muchos mensajes suyos, buscándome y pidiendo que lo viera, como siempre. No me había hecho nada en ese momento, como otras veces, pero, el daño en general avala que lo mande a volar. Lo hice de la manera más firme y dura que pude, por chat, claro. Era la primera vez que era tan directa. No me sentí mal, supe que era por mi bien y que estaba siendo fuerte. Y si, estuve tres semanas sobria y limpia, sin embargo, sus mensajes empezaron un día a llegar con insistencia, el quería mi ayuda. Muy molesta, lo bloquee, me arrepentí, y cuando quise preguntar que sucedía, (igual y la curiosidad), ya era tarde.

Sin duda la noticia que averigüé me dejó ansiosa y preocupada. Ahora, las noches de insomnio fueron aún peores, ya que amanecía con los dedos hechos pedazos de tanto morder. Tenía que hablar con el, tenía que preguntarle la gravedad del asunto, pero, desgraciadamente, dos días seguidos no llegué a tiempo, justo a la hora de visitas en el reclusorio, pero no pararía hasta verlo.
Al fin pude hacerlo y el estaba allí, saliendo del pasillo con su uniforme de presidiario, sus ojos estaban hundidos, estaba más ojeroso y triste que nunca, su piel estaba reseca y su barba estaba larga. Cuando me vio, me abrazó con ternura, sin mucho drama. Su cara había cambiado un poco y lucía áspera. Me explicó que era un poco complicado, pero que con ayuda de su abogado y sus padres, no demoraría en salir, y me relajó mucho que me asegurara que no había nada que me involucrara, así que, me fui de ahí con un sabor de boca agridulce. No sé si me sentí mal o qué tan preocupada estuve por Daniel, solo sé que esos 4 meses no hice más que recaer y volver a drogarme y a beber como una desquiciada. No sé si era una especie de lealtad escondida, pero no salí ni hablé con ningún hombre y me dediqué a buscar chicas, bueno, no tienen pene, quiero pensar que no cuenta.

Los temblores y las sudoraciones regresaron, mis articulaciones volvían a contraerse y los alimentos volvieron a ser olvidados. Mi cara se volvió a demacrar y mis labios estaban secos, mi deshidratación era increíble, ya que encima de no comer por días, apenas lo hacía y corría por un poco de polvo de sulfato de magnesio, el cual disuelto en agua, se convierte en la bebida más asquerosa y repugnante que alguna vez pude tomar. Solo de recordarlo, no puedo evitar hacer muecas.
Cierto día no pude más y tuve que decirles a mis padres que mi corazón latía demasiado fuerte y lento, me estaba mareando y no podía respirar, así que fui llevada a urgencias y cuando me di cuenta, de nuevo tenía la mascarilla para respirar y el montón de mangueritas saliendo de todas partes de mi cuerpo. Mi madre estaba a lado y al preguntarle que pasaba, me respondió que todo había sido culpa del exceso de magnesio que había tomado últimamente, y que una bolsita o unos minutos más pudieron haber acabado en un paro cardíaco. Wow. Ah, y que probablemente iba a necesitar otra maldita manguera saliendo de mi riñón y traspasando mi abdomen, por si no lograban limpiar toda esta mierda, Algunos días estuve allí, y por último, un oportuno antidoping.
Sería más fácil explicar que maldita droga no encontraron, así que mis padres me mandaron a una nueva clínica a que recibiera terapia, por un tiempo me sirvió, o mejor dicho, actuaba bien, como si estuviera sobria, sin embargo, mi maldita compañera quiso hacer un hermoso gesto y llamó a mi madre, diciéndole que tenía problemas con la droga aún y no solo eso, si no que le paso nombres y teléfonos de algunos anexos.

Al principio, me enojó que me encerraran. Pero después lo acepté, después de todo solo eran 2 meses y qué podía pasarme, Daniel está en la cárcel y no debe pasarla bien, si haces tonterías es lo que sucede, hay cárcel, anexos y clínicas para nosotros, ya no me importaba nada.

martes, 7 de julio de 2015

Triángulo de cuates.

Era el sexto mes en ese lugar frío y triste. Justo la mitad de mi estancia. Estaba ya cansada de mi cuarto color naranja, mi catre y mi vieja mesa apolillada. Parece que alguien había escuchado mi petición, y me cambiaron de lugar esa tarde. La construcción de la clínica era enorme, y a mi me tocaba estar en ''la casa amarilla'', que era una parte del lugar, donde no había más que habitaciones y un enorme comedor. Era el hogar de los que se obsesionan con la comida y sus derivados. Donde estaba yo. Pero esa tarde, mi habitación individual sería ocupada y fui enviada a los dormitorios. Debo agregar que ahora ya no quedaba nada de la esquelética niña que había llegado allí seis meses atrás, no, hoy ya era alguien con mejor apariencia, sana, fuerte, con carnes en el cuerpo. Había aumentado unos veinte kilos y al fin pesaba alrededor de 50. 
Pasé al área general de la clínica, la cual no estaba especializada en trastornos alimenticios, ahí había de todo, gente rara, demente y orate. Nos sacaban al jardín...¿Jardín? No sé si se le pueda llamar ''jardín'' a la jaula gris en la que teníamos que vivir. Un enorme patio con las bardas altas, cerca electrificada y techo cubierto con una especie de malla-domo donde no se podía ver si quiera la luz del sol...Sin conocer a nadie llegué, ni si quiera a los enfermeros. Estaba asustada, los ojos de las personas reflejaban locura, sus actitudes parecían perturbadoras, no hablaban más que sandeces, hasta sus movimientos se veían desequilibrados, no tenían los pies sobre la tierra. Me sentía ajena al lugar. 
Al llegar el almuerzo, vi como algunos eran exageradamente ayudados por los enfermeros, hasta que reparé en una mesa del fondo: ocho personas, sentadas, conversando, comiendo como si nada... Y lo miré por primera vez... Tenía tatuajes hasta en su cuello, tenía el cabello rizado y enmarañado, era blanco y pecoso como el papel, pero sus rasgos eran demasiado atractivos. Y era delgado. Alto. Serio. Se veía tan... cuerdo. Como nadie a mi alrededor. 
Fue entonces cuando volví a mi realidad y reparé de la repulsiva comida que había en mi plato. 
Nunca olvidaré ese asqueroso día. Las papas, estaban babosas. Los frijoles tenían moho, era miércoles de hígado, no podía ni si quiera descifrar de qué animal era ese hígado, todo era un asco, en resumen, todo en ese plato sabía como si chupase una piedra vieja. Era desperdicio. Estaba echado a perder. No me acabé la comida, a penas y la toqué. Y si creía que me había librado de los licuados engordadores estaba muuuy equivocada, ya que la enfermera llegó con mi mismo gran vaso de siempre. 
-¿Ya no quieres seguir comiendo? - Preguntó la enfermera.
-No.
-¿Motivo?
-Está todo pasado, lo siento, no aguanto el sabor, es horrible. 
-Está bien. No te pares de la mesa, espera.
La bruja se alejó sin decir nada, Creí que me traería algo decente que comer... regresó con mi plato lleno de desperdicio otra vez. Me obligó a comérmelo y naturalmente, me negué. 
Ese día me pegaron 17 veces con un cable. Nadie nunca me había hecho eso. Me encerraron un día completo sin salir al baño, me dejaron sola en la habitación con solo una cubeta. Y al otro día me sacaron, pero antes de poder salir de ahí, me llevaron, claro, otro plato lleno de desperdicio y me dijeron que me lo tenía que comer o recibiría otro encierro y otros 17 golpes. Era la tradición. Había que obedecer, comer o te darían lo doble, hacer caso en absolutamente todo o ese sería mi castigo. 
Terminé comiéndome toda esa mierda. Probablemente si era mierda. 
Estaba demasiado retraída y triste. Mi único entretenimiento era ver al chico guapo que de vez en cuando se cruzaba en mi camino. Nunca me miraba, parecía siempre tan distraído, clavaba la mirada en un solo lado, no hablaba. Y yo tampoco me atrevía a hablarle. 
Siempre estaba sentado en la mesa de los cuerdos. Pronto formé parte de la mesa gracias a Fer, la chica de la mesa, quien era hermana del chico que me gustaba. Habían nacido al mismo tiempo, eran cuates y eran atractivos. Y drogadictos. Con serios problemas. Fer era alegre, pero sin embargo, parecía perturbada, como asustada, paranoica y se me hacía demasiado extravagante y escandalosa. Como un payaso de circo. Odio los payasos. Todo lo contrario a su hermano. Me lo presentó y pareció que por primera vez nuestras miradas se atravesaron. Su nombre, era Fran. Parecía amable, pero demasiado tranquilo e inexpresivo. Parecía tener el cuerpo apagado pero la mente trabajando. 
Debo admitir que estuve casi un mes tratando de acercarme a Fran, pero el parecía no tener interés si quiera en hablarme. Pasemos a otra historia: su hermana. Lesbiana o fogosa. Pero yo, juraba, que era heterosexual al 100% antes de que ella llegara. Contrabandeaba de todo para mí, me regalaba porros, cigarrillos, dulces... la encontraba atractiva, pero sin embargo, no se me cruzaba por la cabeza acercarme a ella con fines sexuales. Pero ella parecía coquetearme y se me insinuaba, y yo le seguía el juego, porque a pesar de aborrecer su chillona voz y su explosivo carácter, con ella nunca me faltaban porros ni algo decente que comer. Comencé a soportarla a tal grado de acostumbrarme. Hacía lo que fuera para bloquear mentalmente mis oídos y me concentraba en sus pechos blancos y redondos para dejar de escuchar su molesta voz. Su plática aburrida. Tanto, que llegué a preferir que me besara con tal de que dejara de hablar. Me di cuenta que si la mantenía ocupada dándome placer se callaba la boca. Nos escondíamos en cualquier rincón. Ella al parecer me quería de verdad y se pasaba el día hablando de cuando saliéramos del horrible lugar. Hacía planes para nosotras e incluso hablaba de como iba a ayudarme a salir del clóset. Debo decir que por dentro me estaba muriendo de risa. Nada de eso iba a pasar. Yo la detestaba. Solo quería sus obsequios y usarla, pero ella no se daba cuenta. Fue en uno de esos días, cuando castigaron a Fer y la encerraron, en la mesa de los cuerdos, comía con desgano. Era miércoles. El hígado esta vez era de pollo. Me habían servido un costillar de pollo. Hervido y echado a perder, maloliente, junto con habas asquerosas, la comida apestaba más de lo normal y con gran esfuerzo traté de comer, sin embargo, las arcadas podían más y ese día las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas.
-¿Por qué lloras?- Preguntó Tomy, alguien de la mesa.
-Me siento muy miserable por tener que comerme esto. No sabes cuanto lo odio. 
Fran no dijo nada y tomo mi plato y lo vació al suyo, dejándome solo el arroz.
-Odio el arroz. - Me dijo, y me sonrío como nunca me había sonreído. Creo que nunca lo había visto sonreír...Se comió mi asquerosa comida y yo como tonta estaba emocionada por dentro después de aquella cosa... Ese día para el colmo me tocó lavar los platos. Eran 100 platos y unos 400 cubiertos, decenas de vasos... me ocupaba casi todo el día. Fran se ofreció a ayudarme. Me pregunto si en ese momento se habrá notado mucho el brillo de mis ojos... Y, en la romántica escenografía de una mugrosa cocina llena de ratas y cucarachas, con las manos llenas de porquerías y un olor a mierda, Fran y yo nos besamos entre lavada y lavada... y ridiculamente quedé flechada y comencé a obsesionarme con la brillante personalidad de Fran. Siempre estaba moviendo los dedos como si tocara el piano o la guitarra. Sus ojos miraban siempre a la nada y me sentía afortunada cuando me miraban a mí con esa intensidad. Primero conocí sus besos y luego lo conocí a el un poco. No me hablaba mucho, solo decía ''me gustas'' y de vez en cuando revelaba algún dato sobre el. Y de momento, platicaba por horas y me contaba historias increíbles. Había pasado por cosas horribles. Igual su hermana. Fran dejaba de hablar de momento, y, cuando parecía a punto de contarme algo relevante su voz empezaba a cortarse y se le hacía un nudo en la garganta. Sus ojos se empezaban a llenar de agua y me decía que quería contármelo, pero no podía, empezaba a temblar. Lo abrazaba y le decía que no importaba. Dejé de pasar tiempo con la ilusa de Fer, y ella me hacía drama y medio porque le parecía extraño que ya apenas y la viera. Sin embargo, seguía teniendo mis regalos y seguía fingiendo que la quería sin decir una palabra sobre su hermano. Ella no se daba cuenta y seguía hablando de todo lo que haríamos cuando saliéramos. 
Faltaba una semana para salir. Trajeron el pastel desde ese día para dejar que se echara a perder, como todo lo que nos daban, para no perder la costumbre. Provoqué a la loca grandulona para que Fer me defendiera, solo para entretenerme. Sin embargo, Catalina, la grandulona, se le fue la mano y le destrozó la boca a Fernanda, quien pasó en tratamiento tres días, cosa que me favoreció, ya que pude escabullirme con su hermano aún más. El era divertido e interesante a la vez. Era bueno en todo. Me sentía incluso triste al saber que lo dejaría de ver. El día de la salida llegó, la reunión se preparó y el pastel agrio se sirvió. Fer aún no salía. Ella y yo solíamos ir a un triángulo que quedaba entre dos habitaciones, en la parte de afuera, nadie entraba allí, íbamos para allá y era nuestro lugar de reunión, ella decía que era nuestro cuarto nupcial. Esa vez estaba ahí, pero no con ella, si no con Fran. Alguien debió habernos visto, o no sé, pero Fer llegó y nos descubrió. Se puso como loca 
-¡Eres una puta! ¡Una basura! ¡Mentirosa! -Me gritó unas cuantas veces.
Fue perdiendo la razón poquito a poco y ataco a su hermano con un lápiz. Cabe agregar que ella no salió ese día de la clínica.