martes, 7 de julio de 2015

Triángulo de cuates.

Era el sexto mes en ese lugar frío y triste. Justo la mitad de mi estancia. Estaba ya cansada de mi cuarto color naranja, mi catre y mi vieja mesa apolillada. Parece que alguien había escuchado mi petición, y me cambiaron de lugar esa tarde. La construcción de la clínica era enorme, y a mi me tocaba estar en ''la casa amarilla'', que era una parte del lugar, donde no había más que habitaciones y un enorme comedor. Era el hogar de los que se obsesionan con la comida y sus derivados. Donde estaba yo. Pero esa tarde, mi habitación individual sería ocupada y fui enviada a los dormitorios. Debo agregar que ahora ya no quedaba nada de la esquelética niña que había llegado allí seis meses atrás, no, hoy ya era alguien con mejor apariencia, sana, fuerte, con carnes en el cuerpo. Había aumentado unos veinte kilos y al fin pesaba alrededor de 50. 
Pasé al área general de la clínica, la cual no estaba especializada en trastornos alimenticios, ahí había de todo, gente rara, demente y orate. Nos sacaban al jardín...¿Jardín? No sé si se le pueda llamar ''jardín'' a la jaula gris en la que teníamos que vivir. Un enorme patio con las bardas altas, cerca electrificada y techo cubierto con una especie de malla-domo donde no se podía ver si quiera la luz del sol...Sin conocer a nadie llegué, ni si quiera a los enfermeros. Estaba asustada, los ojos de las personas reflejaban locura, sus actitudes parecían perturbadoras, no hablaban más que sandeces, hasta sus movimientos se veían desequilibrados, no tenían los pies sobre la tierra. Me sentía ajena al lugar. 
Al llegar el almuerzo, vi como algunos eran exageradamente ayudados por los enfermeros, hasta que reparé en una mesa del fondo: ocho personas, sentadas, conversando, comiendo como si nada... Y lo miré por primera vez... Tenía tatuajes hasta en su cuello, tenía el cabello rizado y enmarañado, era blanco y pecoso como el papel, pero sus rasgos eran demasiado atractivos. Y era delgado. Alto. Serio. Se veía tan... cuerdo. Como nadie a mi alrededor. 
Fue entonces cuando volví a mi realidad y reparé de la repulsiva comida que había en mi plato. 
Nunca olvidaré ese asqueroso día. Las papas, estaban babosas. Los frijoles tenían moho, era miércoles de hígado, no podía ni si quiera descifrar de qué animal era ese hígado, todo era un asco, en resumen, todo en ese plato sabía como si chupase una piedra vieja. Era desperdicio. Estaba echado a perder. No me acabé la comida, a penas y la toqué. Y si creía que me había librado de los licuados engordadores estaba muuuy equivocada, ya que la enfermera llegó con mi mismo gran vaso de siempre. 
-¿Ya no quieres seguir comiendo? - Preguntó la enfermera.
-No.
-¿Motivo?
-Está todo pasado, lo siento, no aguanto el sabor, es horrible. 
-Está bien. No te pares de la mesa, espera.
La bruja se alejó sin decir nada, Creí que me traería algo decente que comer... regresó con mi plato lleno de desperdicio otra vez. Me obligó a comérmelo y naturalmente, me negué. 
Ese día me pegaron 17 veces con un cable. Nadie nunca me había hecho eso. Me encerraron un día completo sin salir al baño, me dejaron sola en la habitación con solo una cubeta. Y al otro día me sacaron, pero antes de poder salir de ahí, me llevaron, claro, otro plato lleno de desperdicio y me dijeron que me lo tenía que comer o recibiría otro encierro y otros 17 golpes. Era la tradición. Había que obedecer, comer o te darían lo doble, hacer caso en absolutamente todo o ese sería mi castigo. 
Terminé comiéndome toda esa mierda. Probablemente si era mierda. 
Estaba demasiado retraída y triste. Mi único entretenimiento era ver al chico guapo que de vez en cuando se cruzaba en mi camino. Nunca me miraba, parecía siempre tan distraído, clavaba la mirada en un solo lado, no hablaba. Y yo tampoco me atrevía a hablarle. 
Siempre estaba sentado en la mesa de los cuerdos. Pronto formé parte de la mesa gracias a Fer, la chica de la mesa, quien era hermana del chico que me gustaba. Habían nacido al mismo tiempo, eran cuates y eran atractivos. Y drogadictos. Con serios problemas. Fer era alegre, pero sin embargo, parecía perturbada, como asustada, paranoica y se me hacía demasiado extravagante y escandalosa. Como un payaso de circo. Odio los payasos. Todo lo contrario a su hermano. Me lo presentó y pareció que por primera vez nuestras miradas se atravesaron. Su nombre, era Fran. Parecía amable, pero demasiado tranquilo e inexpresivo. Parecía tener el cuerpo apagado pero la mente trabajando. 
Debo admitir que estuve casi un mes tratando de acercarme a Fran, pero el parecía no tener interés si quiera en hablarme. Pasemos a otra historia: su hermana. Lesbiana o fogosa. Pero yo, juraba, que era heterosexual al 100% antes de que ella llegara. Contrabandeaba de todo para mí, me regalaba porros, cigarrillos, dulces... la encontraba atractiva, pero sin embargo, no se me cruzaba por la cabeza acercarme a ella con fines sexuales. Pero ella parecía coquetearme y se me insinuaba, y yo le seguía el juego, porque a pesar de aborrecer su chillona voz y su explosivo carácter, con ella nunca me faltaban porros ni algo decente que comer. Comencé a soportarla a tal grado de acostumbrarme. Hacía lo que fuera para bloquear mentalmente mis oídos y me concentraba en sus pechos blancos y redondos para dejar de escuchar su molesta voz. Su plática aburrida. Tanto, que llegué a preferir que me besara con tal de que dejara de hablar. Me di cuenta que si la mantenía ocupada dándome placer se callaba la boca. Nos escondíamos en cualquier rincón. Ella al parecer me quería de verdad y se pasaba el día hablando de cuando saliéramos del horrible lugar. Hacía planes para nosotras e incluso hablaba de como iba a ayudarme a salir del clóset. Debo decir que por dentro me estaba muriendo de risa. Nada de eso iba a pasar. Yo la detestaba. Solo quería sus obsequios y usarla, pero ella no se daba cuenta. Fue en uno de esos días, cuando castigaron a Fer y la encerraron, en la mesa de los cuerdos, comía con desgano. Era miércoles. El hígado esta vez era de pollo. Me habían servido un costillar de pollo. Hervido y echado a perder, maloliente, junto con habas asquerosas, la comida apestaba más de lo normal y con gran esfuerzo traté de comer, sin embargo, las arcadas podían más y ese día las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas.
-¿Por qué lloras?- Preguntó Tomy, alguien de la mesa.
-Me siento muy miserable por tener que comerme esto. No sabes cuanto lo odio. 
Fran no dijo nada y tomo mi plato y lo vació al suyo, dejándome solo el arroz.
-Odio el arroz. - Me dijo, y me sonrío como nunca me había sonreído. Creo que nunca lo había visto sonreír...Se comió mi asquerosa comida y yo como tonta estaba emocionada por dentro después de aquella cosa... Ese día para el colmo me tocó lavar los platos. Eran 100 platos y unos 400 cubiertos, decenas de vasos... me ocupaba casi todo el día. Fran se ofreció a ayudarme. Me pregunto si en ese momento se habrá notado mucho el brillo de mis ojos... Y, en la romántica escenografía de una mugrosa cocina llena de ratas y cucarachas, con las manos llenas de porquerías y un olor a mierda, Fran y yo nos besamos entre lavada y lavada... y ridiculamente quedé flechada y comencé a obsesionarme con la brillante personalidad de Fran. Siempre estaba moviendo los dedos como si tocara el piano o la guitarra. Sus ojos miraban siempre a la nada y me sentía afortunada cuando me miraban a mí con esa intensidad. Primero conocí sus besos y luego lo conocí a el un poco. No me hablaba mucho, solo decía ''me gustas'' y de vez en cuando revelaba algún dato sobre el. Y de momento, platicaba por horas y me contaba historias increíbles. Había pasado por cosas horribles. Igual su hermana. Fran dejaba de hablar de momento, y, cuando parecía a punto de contarme algo relevante su voz empezaba a cortarse y se le hacía un nudo en la garganta. Sus ojos se empezaban a llenar de agua y me decía que quería contármelo, pero no podía, empezaba a temblar. Lo abrazaba y le decía que no importaba. Dejé de pasar tiempo con la ilusa de Fer, y ella me hacía drama y medio porque le parecía extraño que ya apenas y la viera. Sin embargo, seguía teniendo mis regalos y seguía fingiendo que la quería sin decir una palabra sobre su hermano. Ella no se daba cuenta y seguía hablando de todo lo que haríamos cuando saliéramos. 
Faltaba una semana para salir. Trajeron el pastel desde ese día para dejar que se echara a perder, como todo lo que nos daban, para no perder la costumbre. Provoqué a la loca grandulona para que Fer me defendiera, solo para entretenerme. Sin embargo, Catalina, la grandulona, se le fue la mano y le destrozó la boca a Fernanda, quien pasó en tratamiento tres días, cosa que me favoreció, ya que pude escabullirme con su hermano aún más. El era divertido e interesante a la vez. Era bueno en todo. Me sentía incluso triste al saber que lo dejaría de ver. El día de la salida llegó, la reunión se preparó y el pastel agrio se sirvió. Fer aún no salía. Ella y yo solíamos ir a un triángulo que quedaba entre dos habitaciones, en la parte de afuera, nadie entraba allí, íbamos para allá y era nuestro lugar de reunión, ella decía que era nuestro cuarto nupcial. Esa vez estaba ahí, pero no con ella, si no con Fran. Alguien debió habernos visto, o no sé, pero Fer llegó y nos descubrió. Se puso como loca 
-¡Eres una puta! ¡Una basura! ¡Mentirosa! -Me gritó unas cuantas veces.
Fue perdiendo la razón poquito a poco y ataco a su hermano con un lápiz. Cabe agregar que ella no salió ese día de la clínica. 

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