jueves, 30 de julio de 2015

Sin calorías.

Acabo de salir de la tienda de ropa, esbozando mi sonrisa más amplia. Me ha quedado grande la talla 22 y he tenido que comprar mis pantalones en el área de niñas. Mi mamá está molesta y me regaña por lo delgada que estoy, sin embargo yo no sé como disimular mi felicidad... Este es mi sueño, hecho realidad. Vestidos pequeños, blusas cortas y trajes de baño que puedo ponerme sin morir de la vergüenza. La gente comenta que soy flaca por todos lados, y yo, como siempre, ya no sé como disimular mi sonrisa. Parece que fue ayer cuando ilusa y desesperada, imaginaba estar dentro de un cuerpo notablemente delgado, sin embargo, hoy, parece que desperté del sueño y al abrir mis ojos, me he convertido (casi) en lo que siempre soñé. Cuando camino, mis muslos no se rozan, y me miro en el espejo con cierta felicidad; ya existe un agujero entre mis piernas, y al tocar mi abdomen se sienten mis huesos, mis clavículas se marcan y mi cara está chupada y demacrada. Mas no pienso parar de adelgazar. Basta con mirar unas cuantas fotos de chicas delgadísimas, basta con que en la calle me cruce con todos esos gurús de la delgadez, e inmediatamente, entiendo que no soy suficiente. Necesito más. Mi ánimo empieza a irse cuesta abajo, y al llegar a casa, he vuelto a mirarme al espejo y comprendo que ni si quiera mi propio cuerpo he podido moldear a mi antojo. Ni si quiera mi propio volumen puedo controlar, Mi vida es regida por cualquier cosa, menos por mí, mis deseos no son cumplidos, mi vida no es como debería ser. Desesperada, con las uñas rasguño mis brazos hasta sacarme sangre, porque las ganas de ir por la navaja son insoportables, sin embargo, eso tenía que parar. Golpeo mi cabeza con mis puños y termino ahogándome en mi llanto tratando de no hacer ruido. Ya no conozco el hambre. La comida parece quemarme por dentro y parece que quiere salir forzosamente y hace presión en mi garganta. No importa si es una fruta, una ensalada o café; Corro a vomitar. No sé como explicar lo que siento. Estoy feliz de ser delgada, pero vivo infeliz porque odio tener que comer. ¿Por qué tengo que hacer eso para no morir? Me encanta esa sensación de ser yo de las pocas personas que pueden vivir sin antojo, sin comida y sin grasa. Ser más fuerte que mis necesidades fisiológicas. Tener una etiqueta luminosa que me destaca de toda esa bola de glotones y obesos que me rodean. No me entiendo. Los coágulos de sangre salen cuando vomito, mi estómago me arde, mis riñones no me dejan si quiera moverme, tengo derrames en los ojos, los doctores me presionan y yo sé que soy una mierda que quiere morir, pero lo hago a mi estilo y estoy eligiendo mis propios métodos. No quiero ser tan presa del destino ni de la vida, ni de aquellas casualidades espantosas que nos pueden hacer morir presas de enfermedades que no son tan buenas y placenteras, como morir de delgadez. Siento que en la vida solo se puede ser feliz a medias, vivir a medias, ¿Qué mejor manera de estar medio muerta? Mato mi interior y mi cuerpo sigue vivo poco a poco, y entre mis sentimientos medio secos, aún existe un poco de luz cuando miro la báscula bajar. Mato mis emociones poco a poco a medida de que mi cuerpo también muere...
Y me doy cuenta, que incluso en el fondo del infierno, se puede ser un poco feliz.
Que aun con el rostro cubierto de lágrimas y llena de cicatrices, mi sonrisa puede contrastar toda esa miseria a medida de que paso mis dedos en el relieve de mis huesos salidos. 
Voy caminando hacia la tumba... ¿Caminando? O más bien, dando brincos de felicidad. 
Guiada por mi egoísmo, me he olvidado de que a mi alrededor hay gente que me quiere de verdad, pero basta con hacerme daño en medio de un ataque de cólera, para activar sus luces rojas y que todos, estén ahora ahí, tratando de salvarme de la entropía. 
No entienden que soy una enferma feliz, que se siente en contra del sistema, quien cree tener el control de su vida miserable, y a quien de su mente pueden escapar ideas bastante creativas que me ayudaban a hacer arte. Y si moría, podría haberlo hecho con una sonrisa. Sin embargo, mis impulsos me hacen hacer tonterías al punto de medio matarme, tanto que las personas se dan cuenta y no pueden evitar tenderme una mano; lógicamente, ellos no saben como ayudarme, pero para no quedarse con la culpa, han corrido con los psiquiatras, alarmados por mis cortes que han necesitado más de diez puntos de sutura. Es increíble que sea tan intolerante a la rabia, y cuando empiezo a sentirme demasiado furiosa, no puedo hacer más que satisfacer mi sed de violencia, y si no me es posible desquitarme con alguien más, cegada por el ímpetu de mi coraje y los fantasmas que por momentos se adueñan de mí, no puedo evitar atacarme. A veces, las voces gangosas y aturdidoras de mi cabeza, se escuchan cada vez más fuerte hasta que no puedo callarlas con nada, se mezclan con mi realidad, y empiezo no solo a oírlas, si no que también las huelo; es un olor putrefacto. Empiezo a sentirlos, parece que me tocan, en mis oídos puedo sentir la calidez de sus alientos, incluso, después ya puedo verlos; empiezan a meterse a los cuerpos de la gente a mi alrededor cuando ellos me hacen enojar, mi voz interior, Samuel, entra en sus cuerpos y puedo ver sus bocas articulando las palabras venenosas, aturdidoras y asquerosas de Samuel y el resto de sus amigos, y empiezo a odiarlos con todo mi ser. Lloro, grito, me golpeo, quiero escapar y no puedo. Me siento encerrada, pierdo la cabeza y me hago daño. Me estaban pisando los talones, me perseguían y me atacaban con todo lo que saben de mí.Cuando me doy cuenta de todo el show que armo, vuelvo en si y me arrepiento tanto, que incluso me siento capaz de cambiar, y con mis propios pies y de la mano de quien quiera ayudarme, me encuentro justo afuera del consultorio del psiquiatra  y vuelvo a estar a merced de el y de los medicamentos que me quiera recetar. De nuevo vuelvo a estar controlada por ellos, y a pesar de que empiezo a cambiar y los pensamientos negativos comienzan a abandonarme, me empiezo a sentir culpable por lo mucho que hago sufrir a mis seres queridos, y por ellos empiezo a seguir el tratamiento y empieza a limpiarse la mierda que tenía en la cabeza. Las voces ya solo las escucho en la noche, cuando me despiertan, pero ahora yo soy más fuerte y puedo ignorarlas sin perder la razón. Me vuelvo una persona con sentido común, pensamientos a futuro y un poco más de tolerancia, incluso con mi propio cuerpo. Al principio, me daba miedo comer porque sufría de espantosos dolores estomacales, pero poco a poco mi estómago volvió a acostumbrarse a la comida y la digestión, las medicinas logran que me sienta menos miserable y no lo suficientemente infeliz como para que decida dejar de comer por completo. Empiezo a llevar una vida cada vez más normal, y todo va bien hasta que me miro al espejo y descubro que poco a poco, el esfuerzo que hice y mis noches de tripas escandalosas se están yendo a la basura; el cuerpo tan delgado que tanto trabajo me costó obtener, ahora se rellena poco a poco sin ninguna consideración, así que desesperada y aterrada por volver a ser la misma gorda de antes, me hacen hacer ejercicio sin parar, y miro fotografías de mujeres con cuerpos bellos sin rozar la enfermedad, y trato de plantearme eso como meta y sacar de mi cabeza todos aquellos pensamientos y anhelos raros de querer ser una persona esquelética. A pesar de estar mejor, no puedo ni si quiera jactarme del mérito porque hay algo que me molesta y me dice que todo es gracias a las medicinas. Aunque quiera alegrarme de ser alguien diferente para bien, me entristece pensar que estoy perdiendo partes de mí, me esfumo por pedazos, y en el fondo no me odiaba tanto como para querer que mi espíritu se escapara poco a poco. 

1 comentario:

  1. Estoy casi segura de que el trastorno que padeces es trastorno límite de la personalidad. De hecho, si no es eso, que me peguen una patada. Yo también sufro de lo mismo.

    ResponderEliminar